Otra vez fue un viajero sin luz el que llegó hasta el espanta luceros. “Señor de los maizales –dijo. No puedo verte, pero dicen que cuidas las puertas de la eterna luz. Soy un ciego que vaga por el mundo en busca de su estrella. Déjame entrar. Quiero conocer la luz y ver las mariposas que danzan bajo el sol. Quiero ver el camino. ¡Quiero ver mis sueños!”-suplicó.
“Puedes entrar, hombre sin luz -dijo el espantajo de mimbre. Allá en los campos del eterno esplendor, encontrarás la perdida luz de tus ojos, el anhelado amanecer de tu mirada. Pero tengo que decirte que sólo en la noche y penumbras del amanecer podrás ver las estrellas. Que sólo los ojos de la fantasía te harán ver la bella realidad. Aprenderás que la forma y el color de la felicidad suelen ser invisibles al ojo, pero visibles al espíritu. Que la belleza se manifiesta por igual en una flor, en una mujer hermosa o en un sentimiento de bondad. Hombre sin claridad -agregó: ¡Entra y mira el paraíso; contempla al fin el brillante imposible!” Así el viajero sin albor se sumergió en el reino del eterno resplandor.
“¿Por qué ese hombre nunca duerme y vive extasiado, contemplando como un alucinado eternamente el día y la noche?” –preguntaban los aldeanos. “No está loco -dijo el Espanta sombras. Ese hombre contemplativo es un deslumbrado que recuperó la vista y quiere pasar mirando sin cesar el otro lado de la vida. Viendo lo que nunca vio; soñando lo que nunca soñó, pasa los días. Porque en la segunda parte de su historia quiere mirar el albor de sus dulces imposibles.” (XVIII) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer