Antes de irse la pequeña aldeana preguntó al vigía de cañas su nombre. (Los niños y almas buenas entienden el lenguaje de los espantapájaros). Pero el pobre quedó nuevamente sin poder decirlo, porque cuesta decir el nombre de un sueño. Aunque los lugareños le llamaran “Cantor”, “Fantoche”, “Espanta flores del Sendero”, “Monigote…” Pero en verdad, el muñeco de hojarasca no tenía nombre, como no lo tienen las ilusiones. “Mi nombre es Sueño” -terminó confesándole. Aunque, ciertamente, el muñeco de hojarasca no tenía nombre, al igual que el imposible. Luego -viendo hacia el corazón de la chiquilla- le preguntó el suyo: “Alma” -dijo aquella. Con el tiempo la pequeña aldeana se hizo mujer y cada vez que llegaba a doblar el maizal corría a contarle sus sueños al pelele. El mismo que -después de tantos años de oír hablar al viento, labriegos y a la chica- aprendió a conversar con la vida. “Despierto al sol de cada amanecer para abrir la puerta luminosa de los campos -dijo. Tu anhelo es mi anhelo y a la vez tú y yo somos parte del sueño infinito de Dios.” El espantajo se volvió a enamorar, empalado en lo más alto de los sembrados. “Viento amigo” –dijo a la corriente. “Estoy enamorado de la aldeana que viene cada año a doblar la milpa. Y no sé si es otro imposible ardid de mi felicidad o parte de mi dulce locura. Pero lo cierto es que me he vuelto a ilusionar. Porque sabes, brisa amiga, que los espantajos de palma vivimos gracias a los dulces imposibles que existen en este mundo solo.” Y es que -después que los labriegos se iban al atardecer- quedaba a solas en aquel distante paraíso. El mismo cuyo umbral debía guardar celosamente ante quienes llegaran hasta allá, buscando el Reino del Eterno Verdor. (XV) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
“Mi nombre es sueño” dijo el cantor
.