Una niña sobreviviente del gran incendio en la comarca pasó por un despeñadero, buscando el consuelo del legendario espantapájaros cantor. Mas sólo encontró escombros de aquel perdido paraíso. Cansada y triste, se quedó dormida a un lado del sendero. Dios -al ver tanta desolación- envío a un ángel hasta la tierra quemada a fin de cambiar su destino.
“Despierta pequeña –dijo el espíritu. Tenemos que emprender viaje a un nuevo paraíso. La tierra ha quedado sola por la ira y la guerra. Será mejor buscar la otra tierra del amor. Allá en la lejanía donde vuelve a nacer el sol de todo lo perdido.” El ángel y la niña se marcharon más allá de los campos de ceniza, tras una estrella. En medio de la quemada llanura encontraron a un rey sin palacio que lloraba desconsolado. “¿Por qué lloras, pobre hombre?” -preguntó condolida la pequeña labriega. “Porque lo he perdido todo: mi reino, los sembrados, el canto de los pájaros y mi paz. Porque el infeliz Espantapájaros -aún después de ser quemado- me lo ha robado todo. Al vengarme de él, me vengué de mi propio egoísmo. Nunca le perdoné que tuviera la felicidad que yo anhelara.” “Puedes venir con nosotros –dijo la aldeanita. Vamos a buscar una tierra florecida, donde crecen eternamente los maizales y las avecillas vuelven a cantar. Allá donde torna a brillar de nuevo la feliz aurora del amor.” “Es muy tarde –rezongó el rey sin paraíso. He dejado de anhelar el porvenir y no podría llegar lejos con mi pena.” La niña y el ángel continuaron camino dejando allá al rey sin esperanzas, sosteniendo en sus manos su fría corona de oro y diamantes, similares a sus mismas lágrimas de cristal. (XIII) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer