Un día soleado y venturoso -mientras los labriegos reían, doblando el maizal- la hermosa cortadora llegó hasta el espantapájaros. Acarició su imagen de paja y preguntó: “Dime tu nombre, simpático muñeco de palma. Sé que me miras con malicia. Como me ven y me desean los demás labradores casaderos. Yo estaría dispuesta a ser tu novia, pero aún no te conozco. No sé de dónde vienes ni a dónde irás; si mientes o dices la verdad con tu silencio; si eres real o tan sólo ilusión. Dicen que ya no espantas cuervos ni palomas y que eres anunciador de estrellas… Yo podría amarte, pero no conozco tu historia, y no sé si vives o si sueñas. Si eres sólo un bastidor de paja o un alma buena que me ama. Pero sabes, me gustas porque fantaseas y miras al oriente. Porque pareces amar como aman esos ilusos cantores de los campos. Que ríen y lloran en silencio; que callan su pena y su felicidad; que tan sólo duran un verano, como el amor. Talvez el mismo tiempo de la felicidad, sin decir nada.” El espantajo quiso responder tantas cosas a su amada. Pero los humanos no pueden oír la voz de los espantapájaros. Tan sólo pueden sentir sus orillas, luces y resplandores. Cuando los mueve el viento o los chamusca el sol. “Dime tu nombre” –repitió la labriega a la figura de pastura. El muñeco calló, porque las ilusiones en verdad no tienen nombre ni apellido. Apenas tienen el rostro de un espejismo y unas ropas viejas, cubriendo su armazón de palo y hierba seca. Acaso vivir en la imaginación o un breve tiempo de cosecha, señoreando en los cultivos. (VI) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
Romance de la imagen de pastura
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