Después de que las aves volvieron a armar al espantapájaros bueno, éste les dijo agradecido: “Gracias amigos por haberme devuelto a la vida. Mi mala suerte me deshizo, pero ustedes han unido mis partes y dispersas ilusiones para volver a disfrutar los días de sol”. “Un maizal sin su espantapájaros no es maizal –opinó la mensajera de alas blancas. Tú eres parte del mismo. Para que uno exista tiene que existir el otro, como ocurre en el amor”. La verdad es que -en un mundo de hombres y espantapájaros- la adversidad nos derriba alguna vez. Pero es la piedad y la amistad de aquellos que nos aman, la que vuelve a unir las partes dispersas de nuestro anhelo. Si tienes unos cuantos cuervos, amigos y palomas en el mundo que te quieran, ten fe. Si te aman de verdad recogerán de la tierra tu sueño roto para volverlo a la vida. Luego te pondrán otra vez en lo alto con tus ropas coloridas para volver a reinar en la llanura y seguir anunciando auroras y estrellas. Si cuentas en la vida -como aquel pelele de paja- con una avecilla cansada de volar que se pose en tus brazos y te cuente al oído viajes de amor y lejanía… Si tienes un motivo de amar… ¿Qué más da la inmensa soledad del mundo y de los valles, si tienes ese pajarillo errante a quién decir tus ansias y contarle historias de la felicidad? Desde entonces el adivino celador del alba –que ya no espantaba aves ni mariposas—volvió a quedar inmóvil y atento al medio de la extensa llanura de eterno verdor. Siempre amigo de pájaros e ilusiones que iluminaban su rostro y su lejano mirar. (IV) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
Sonrisa de las ilusiones
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