El recientemente concedido premio Nobel de Economía a tres investigadores -dos británicos y un turco de origen armenio-, por sus investigaciones sobre cómo las instituciones se forman y afectan a la prosperidad económica de las sociedades; ha puesto en la mira de la opinión pública dos temas que todo el mundo sabe que van de la mano: la sana institucionalidad en el gobierno de los países, y la prosperidad económica de los mismos.
Los aportes de Simon Johnson, James A. Robinson y Daren Acemoglu, tal como hace notar un economista, “han sido no solamente interesantes o útiles para el ámbito académico, sino que con sus discusiones sobre las causas que explican por qué algunos países tienen menor bienestar material que otros, han tenido una influencia importante en otros públicos, como líderes y opinadores, en la forma en que la gente discute los temas. Por ejemplo, con su libro ´Por qué fracasan los países´, que fue uno de los más vendidos en su momento y muy galardonado, [Robinson] ha motivado un debate sobre las políticas que se pueden tomar y las circunstancias para mejorar el bienestar de las personas en el mundo”.
En el fondo, los tres autores coinciden en una afirmación técnica bien fundamentada: es imposible lograr una economía inclusiva con un régimen autoritario.
Una declaración que basa su veracidad en el convenciento de que tanto la economía como la ciencia política son inseparables. Un hecho demostrado una y otra vez tanto por la historia económica del mundo, como por la ciencia de la política. Los tres sostienen que las instituciones han sido siempre el motor no solo de las revoluciones económicas, sino también del crecimiento y de la prosperidad.
Así, tanto la fuerte carga del colonialismo, como la vocación totalitaria de algunos regímenes políticos, por ejemplo, son -según estos economistas- dos potentes lastres que impiden el desarrollo económico y humano de las sociedades.
El mérito del trabajo de estos tres autores es superar la tendencia academicista de algunos economistas que desarrollan sus estudios y sus teorías de manera “aséptica” con respecto a la realidad. Ellos no, ellos intentan -y lo consiguen bastante bien, de ahí el premio merecido- abordar lo económico en relación con la historia, la sociología, la política, etc. Con la cultura, en definitiva.
La manera de insertar ese estudio en la sociedad no es sino analizar las instituciones categorizándolas en dos grandes grupos: instituciones inclusivas e instituciones extractivas. Las primeras crean por igual incentivos amplios y oportunidades para todos los miembros de una sociedad; mientras que las segundas, la que llaman extractivas, concentran los beneficios (tanto económicos como de poder) en las manos de unos pocos.
Para explicar un poco más el punto anterior, Robinson detalla que “Muchos economistas dicen que el desarrollo viene del emprendimiento y la innovación, pero en realidad parte de los sueños, la creatividad y las aspiraciones de las personas. Para ser próspero hay que crear una serie de instituciones que puedan cultivar este talento. (…) Un talento que se desperdicia cuando la gente no tiene oportunidades”.
Por otro lado, también son conscientes de que la hipertrofia institucional puede ser un obstáculo para la competitividad (motor del desarrollo). Sin embargo, cuando funcionan correctamente, cuando son extractivas como les llaman ellos, son campo fértil en el que germina la idea del ingenio, y los frutos del desarrollo se recogen a manos llenas.
Demasiada regulación, normas ineficientes, monopolios, “argollas” económicas… pero sobre todo el populismo de Estado, fundamentado en el clientelismo y la corrupción, son los verdaderos obstáculos para el desarrollo.
Males, enfermedades sociales, que se combaten eficazmente solo con la institucionalidad democrática, pues si se enfrentan desde el caudillismo o con el totalitarismo, más tarde que temprano la economía se vuelve feudo de unos pocos y ruta contrastada con hechos concretos para el fracaso de los países.
Ingeniero/@carlosmayorare