Creo que el hombre hace más daño por adormecimiento de los sentidos que por maldad. Ya lo dice el axioma trascendental: “El Hombre no es malo por nacimiento sino por ignorancia.” El daltonismo moral de nuestra civilización nos ha llevado hacia las más profundas sombras del alma; la miseria, crueldad y al profundo vacío de amor divino. La incapacidad humana de ver el color de la felicidad, el amor, la paz, la libertad, la justicia, del arte… ha desembocado en la pérdida divina y natural del sentido de vivir. Y hemos pintado a la “Gioconda” y las luces del Tintoreto iluminan el mundo de ayer hasta nuestros tiempos. Pero hemos sido incapaces de pintar el rostro del amor o del alma de aquel que sufre. Así nos extraña saber del animal que ve en blanco y negro. Y luego, la sola idea de llegar a ser ese extraño y solitario animal nos aterra. Debiéramos subir al monte más alto y gritar al cielo desde allá: “¡Pinta, mi Dios el mundo de todos los colores! ¡Pinta, Señor, el color de todos los mundos con tu planetaria acuarela de arco-iris! Yo echaré mientras tanto, la oscura tinta de mi corazón en la alcantarilla de la noche.
El daltonismo moral en la civilización
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