Al nacer, abrimos los ojos en un nuevo despertar a la vida. Al principio sollozamos como recuerdo de las lágrimas de un ayer borrado. Luego reímos al ver la dulzura, belleza y el amor de la creación que nos abraza recién nacidos. Después empezamos a “gatear” como anfibios de un lejano mar, que es desde donde venimos. (El huevo de un ave, el líquido amniótico del vientre de la mujer, imitan aquel antiguo océano original de la vida en la Tierra y la galaxia). Luego nos alzaremos al sol como criaturas bípedas. Jugaremos, reiremos, caeremos alguna vez y lloraremos, para después erguirnos en nuestras primeras victorias. Años más tarde vendrá otro despertar: con una bofetada en la faz o despertando al amor. En la persona amada recordaremos el rostro de otras vidas. Entonces diremos, viéndole a los ojos: “Has vuelto. Fue larga la espera en sombras y dulce tu llegada y porvenir. Largo es el silencio y breve tu reír. Igual, fugaces nuestros pasos e infinito el sendero para no dejarnos de amar y andar nuestro destino.” Breve, pues, es el sueño y eterno el despertar. Cuando nacemos de nuevo abriendo los ojos a la vida y al amor humano y divino. Aquel que nos aguarda en el nuevo amanecer de su promesa.
Nacer: ¿nuevo despertar a la vida?
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