Cuando al amanecer te sumerjas en la verde pradera verás la hierba cubierta de perlas y diamantes. Al acercarte verás que -en realidad- eran lágrimas. Talvez de la lluvia o del rocío de la noche o madrugada. Entonces preguntarás si aquellas dispersas gotas serán lágrimas del mundo o las que un día derramaras. Así te internarás en el oriente, inmerso en la fabulosa luz del amanecer, diciendo: “Sí. Ya he pagado con la llovizna de mis ojos a la llanura de lirios y promesas.” La vida -por raros designios- empieza en sollozos para el ser humano y, de igual forma, habremos acaso de llorar en el camino. Renacer implica volver a llorar como la aurora temprana. Todos arribamos a este mundo nuestro, sollozando en la cuna o en algún triste episodio de nuestro destino. A veces es la felicidad quien nos hace llorar. Talvez porque no le esperábamos. Es, por tanto, buena señal ver al amanecer los campos y la hierba cubiertos de rocío, que -repito- pudieran ser las lágrimas de aquellos que ofrendaron alguna vez su llanto a la llanura. Cuando -luego de creer que la vida de su anhelo terminaba- vieron clarear el nuevo día del perfumado horizonte... lloviznando de dicha, perlas, dulzura y promesas.
Campos de lágrimas de rocío
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