“¡Paz en la Tierra!” suplica el nuevo amanecer. “No son muertos los que en dulce paz descansan, bajo la tumba fría. Muertos son los que tienen el alma fría y viven todavía” exclamó el inmortal poeta Rubén Darío. El frío e inhumano Hombre de la Guerra del S.XXI avanza -como sedienta sombra apocalíptica- sobre ciudades y poblados, arrasando vidas, la paz y el porvenir. La tragedia a cielo abierto es una “lícita” práctica del siniestro drama de la guerra. El mismo que ve como “algo natural” el dolor humano del expansionismo bélico. Se llama “terrorismo” al terror encubierto y no al terror “en vivo” que se transmite cual filme de acción en los medios masivos de comunicación satelital. Mientras tanto -más allá de los campos de guerra- se divisan las grandiosas urbes de los “muertos en vida” y de “alma fría”-que citara el poeta- sin paz, piedad y sin amor divino. Mismos que condenan, por ejemplo, la crueldad de las corridas de toros o tauromaquia. No así al macabro, “natural” y escénico “arte de la guerra” que ensombrece nuestro incierto mañana. ¡Paz en la Tierra! -exclama el eco y súplica del nuevo amanecer.
“¡Paz en la Tierra!” suplica el nuevo día
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