Abracémonos a diario con la vida, volviendo a ser hermanos. Un rescatista salvó de la muerte a un náufrago del rio San Lorenzo –cerca de Montreal—que perdió el control de la embarcación, cayendo a las congeladas aguas. Aquel logró llegar a la orilla del caudaloso río, donde le revivieron los rescatistas. Uno de ellos le aplicó al agonizante joven la técnica de salvamento conocida como de “piel a piel”. El socorrista se quitó las ropas para salvarle con un abrazo. Ello reactivó y estabilizó la temperatura de la víctima. La verdad es que nos hemos olvidado del milagro de un abrazo. Ese abrazo de amor y solidaridad humana que puede salvarnos la existencia y devolvernos la fe en los humanos y en la vida. Los antiguos primates que fuimos en el ayer de nuestra evolución, sabían amar, abrazarse, protegerse el uno al otro y hacer el amor en vez de la guerra. Eso lo hacen y demuestran los sabios simios bonobos del Congo africano, considerados la especie homínida más cercana a la humana. Igual hacen los pingüinos de la tundra fría, cobijándose uno al otro para sobrevivir la larga noche invernal. Las abejas, por igual, se agrupan en el desamparo para no morir. Abracemos pues la vida para que ella nos abrace y así renacer al amor y la –a veces olvidada—piedad humana.
Salva la vida con un abrazo
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