Es de niño que el destino juega con sus juguetes. Se dice que en -medio de su euforia y felicidad- suele cometer algún error y cae entonces herida alguna de sus marionetas. Ya con el brazo roto, cuando no del corazón. Así, dueño del teatro, su juego llega a convertirse en la existencia misma. Por ello dispone de la vida de los títeres y autómatas de su divino libreto. Hay sucesos que no los crea el niño destino cuando sus juguetes cobran vida, interpretando su propia historia. La misma que tan sólo durará una función. Desde niño sigue jugando con su humano elenco de muñecos. Ya de grande, hace un juego real del vivir, argumentando que la humanidad es, en verdad, un circo inmenso. El juego de la vida o la vida hecha un juego. En este caso, de fieras, clowns, magos y demás humanos actores. Allí en la pista diaria donde dejamos nuestra gloria, historia, triunfo o fracaso, aplausos y anhelos. Donde los artistas de aquella errante jugarreta, se torna en la eterna risa del comediante fugaz. Para poder entrar al juego de la felicidad es necesario volver al niño que fuimos y se perdió en platea. Como un juguete más del Hado inmemorial, varado en el anfiteatro de los años.
Juegos del destino
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