John Lennon -el astro del rock y mártir del movimiento pacifista anti guerra- relató en una oportunidad: “Cuando yo tenía cinco años, mi madre me decía que la felicidad era el fin de la vida. Cuando fui a la escuela, me preguntaron qué quería ser cuando yo fuera grande. Yo respondí: ¡feliz! Me dijeron que yo no entendía la pregunta y yo les respondí, que ellos no entendían la vida.” El sabio Epicuro de la antigüedad y los llamados “hedonistas”, afirmaban que el fin de la existencia era el placer, como umbral de la felicidad humana. El mundo actual tiene todos los recursos -naturales, científicos, técnicos y riquezas de sobra- para hacer del globo terrestre un mundo feliz. Pero la expulsión del Paraíso bíblico de la Humanidad fue en verdad dejar de verlo. Eso le impide realizarlo como única opción a su realización cósmica y divina. Simplemente la civilización ha sido cegada por el poder, la ambición, el egoísmo y la impiedad. Así crea infiernos en vez de paraísos, perdiendo el camino a su propia dicha y salvación. Y es que la divinidad cósmica nos dio -además de la vida- muchos dones maravillosos: el más preciado la felicidad. La misma que se encuentra o se pierde a diario en la tragicomedia humana. Perder la dicha nos vuelve tristes y sombríos. Encontrarla –en el amor, la fe, el triunfo—nos devuelve el Edén perdido.
J. Lennon y el secreto de la felicidad
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