Hay viajeros del tiempo sin E-Mail ni porvenir que pasan por nuestra vida. O por nuestra vida que pasa, da lo mismo. Que -así como llegan en un vuelo de las seis número de los enamorados- se van en un vuelo de las once. Enamorados e indecisos; breves y eternos. Ella y él tenían vuelos diferentes, pero la misma ilusión. Sentados en el café, cada quien escribió su nombre y dirección para buscarse después. Allá en las inmensas urbes; metrópolis dantescas; míticas; ¡Casi irreales! Donde se pierde fácilmente un viajero, un nombre, un destino, un amor… Casi imperceptible; ¡Casi humano! Ella no se perdió en el mundo, sino dentro del otro viajante. Después de partir en diferentes vuelos, él buscó su dirección en el bolsillo. Fue poética su tristeza al ver su propia dirección en el papel. ¡Habían confundido sus papeles! Así se esfumó en las luces su nombre, su vida, su risa y destino, perdiendo sus caminos. En fin, cada quien quedó en el otro al partir, en su propio abismo azul-terracota. Como dice la conseja: “partir es morir un poco.” Ambos morirían un poco al partir. Tanto al irse como al quedar allá entre la risa anónima de la multitud. Sin decir adiós ella se perdió dentro de él en la lejanía. Distancia que es sueño, ausencia, despedida. Un perdido E-Mail sin porvenir.
Viajeros sin E-Mail ni porvenir
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