Suscribirme
EPAPER Elecciones en Venezuela|Harris vs. Trump|Dengue|Alza precios alimentos|Selecta

Anquilosados, dependientes, conformistas

Una nación florece cuando sus ciudadanos tienen libertad para florecer. Para añadir, literalmente que aquellas naciones cuyos gobernantes los “empequeñecen, aplastan, distorsionan o ignoran, no son capaces de prevalecer”.

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Hace poco menos de treinta años, en abril de 1996, Margaret Thatcher, la estadista que llegó a ser Primera Ministra en Inglaterra, y quien ejerció el cargo por más tiempo durante el siglo pasado, pronunció un discurso memorable con ocasión del cincuenta aniversario de la Foundation for Economic Education.

Su forma de ver la libertad, en relación al desarrollo humano y en el contexto de las distintas formas de gobierno posibles, quedó claramente expuesta en su intervención. Así como las necesarias relaciones entre creatividad-progreso-libertad ciudadana.

Una cualidad, la creatividad, que, como dijo en esa ocasión “pertenece necesariamente a los individuos, y nunca al Estado”.

Para ilustrar esa afirmación, trajo a cuento la contradicción intrínseca entre la riqueza natural de Rusia y su estado de necesidad en la época en que dictaba su discurso, provocado por el reciente colapso del sistema político y económico en esa nación, e invitaba a sus oyentes a considerar cómo los países no son ricos en proporción a sus recursos naturales, sino por estar gobernados por verdaderos estadistas que dictan políticas de Estado que fomentan, principalmente la libertad personal, y con ella la creatividad, la iniciativa y la industria de las personas, a la par de su deseo por sacar adelante sus familias.

De hecho, matizaba, aun cuando el comunismo como sistema de gobierno ha colapsado -evidenciando el fracaso del Estado como administrador general de una nación, y mostrando cómo cada vez es más evidente que el principal recurso de cualquier país son sus habitantes, sus libres ciudadanos-, el deseo colectivista, que está en la raíz del impulso de algunos que desean entregar toda la responsabilidad y por lo tanto el riesgo al gobierno de turno, sigue siendo una pretensión humana permanente; una aspiración que lleva a muchas personas a renunciar a su libertad, simplemente, por el miedo a la responsabilidad que su ejercicio conlleva.

Una nación florece, continuaba, cuando sus ciudadanos tienen libertad para florecer. Para añadir, literalmente que aquellas naciones cuyos gobernantes los “empequeñecen, aplastan, distorsionan o ignoran, no son capaces de prevalecer”.

Esto explica en buena parte por qué -basta saber un poco de historia- únicamente la civilización occidental tiene el secreto del verdadero progreso, pues solo en este ámbito político y cultural el individuo, el ciudadano, la persona particular, es tomada en cuenta por lo que es, y no solo por el papel que juega en la ingente maquinaria del estado.

Lo contrario, la creación de naciones en las que no hay disenso, en las que se establece una especie de pensamiento único en todo lo relativo a lo social (y, por lo tanto, a lo gubernamental), liquida la libertad de los individuos y, paralelamente, la posibilidad real de iniciativa y prosperidad. En primer lugar de manera personal, y luego de forma colectiva.

En cierto modo, hace treinta años la Sra. Thatcher pronunció un discurso que da en la clave para comprender por qué países como Rusia y China (en los que no se toma en cuenta el individuo, y por lo tanto no se prima la libertad) alguna vez llamados unos gigantes dormidos, tardarán en despertar bastante más de lo esperado. O, al menos, en extender su real influencia (cultural, no solo económica o militar) más allá de la primera línea de sus fronteras.

Todo porque cuando el gobierno de un país tiene en la mira única y exclusivamente mantenerse en el poder, principalmente por medio de alcanzar una aceptación incondicionada entre los ciudadanos; es decir, una popularidad que luego se traduzca en votos; ese crear dependencia cultural-económica-ideológica, ineludiblemente desemboca en clientelismo.

Un clientelismo que, sin duda consigue una ventaja electoral en primera instancia (votos por dinero, votos por puestos de trabajo, votos por negocios con el gobierno), pero que más pronto que tarde -al erradicar el ejercicio de la libertad- produce una nación de ciudadanos anquilosados, dependientes y conformistas.  

Ingeniero/@carlosmayorare

KEYWORDS

Filosofía Opinión

Patrocinado por Taboola

Inicio de sesión

Inicia sesión con tus redes sociales o ingresa tu correo electrónico.

Iniciar sesión

Hola,

Bienvenido a elsalvador.com, nos alegra que estés de nuevo vistándonos

Utilizamos cookies para asegurarte la mejor experiencia
Cookies y política de privacidad