Encontró Azores a su emigrante halcón y sin destino que una vez se fuera sin volver, siendo protegido por Arpa la niña aldeana. El adivino sintió el dulce y piadoso milagro de la vida y del mar. “¡Hemos vuelto viejo amigo!” –exclamó al ave el emocionado mago. Como quien vuelve de un olvidado ayer. Pero el halcón no recordaba a ningún ilusionista, sino a Azores el cetrero. Y ese ya no estaba. El marino oceánida y andariego había quedado atrás. Atrás del tiempo y la leyenda, claro está. Ghuda sintió distante a su ave rapaz. Su fiel y venturoso compañero –de triunfos, viajes y estaciones pasajeras —ya no le recordaba. Le miró como a un extraño ser de otros mundos. Lo irónico es que ambos –tanto el mago como el milano volador— eran el mismo ser, divididos por las manos del tiempo y el azar. Ambos fueron el hombre que se convertía en halcón y el halcón en hombre. Ghuda sintió nostalgia de largas lejanías. “¡Es mi cernícalo de Bandas! –exclamó gozosa la infanta. Le nombré Urantia, como el viento. Yo curé sus alas, le enseñé a jugar y olvidar cielos pasados. A cambio, él llenó mi vida, iluminando mi risa con sus vuelos. Como mi padre que -según decires era un famoso cetrero- ama pero sin perder su libertad. No podríamos separarnos jamás. Yo le salvé la vida y él mi paraíso. Cuando le encontré caído yo también -por mi triste orfandad- era un Arpa sin música ni cantar. Ambos nos devolvimos -jugando- lo perdido”. (XXXV) De “Falcón Peregrini” Leyendas del mar. ©C.B.
Urantia, el Azor sin paraíso
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