Era un mago que vino del mar, a quien en antiguas lenguas le llamaban Ghudakesh: “Señor del Sueño y la Vida”; “Amo del despertar”. El mismo que llegó como el verano, los buques y leyendas. Su oficio era un tanto incierto: vendía a todos la mágica poción de la felicidad. “Nadie sospechará de un mago -dijo la vieja agorera. Debe ser otro tratante de sueños e ilegales.” El sanador en cuestión iba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad como un gitano. En el arte de la farsa se hizo pasar por un mago. Aunque su magia no era magia de salón, sino del arte de la felicidad. Vendía en las plazas a la gente brebajes y sortilegios de amor. Su maravilloso secreto, tenía un pasado mundano. Cierto alquimista de ayer –que encontrará en los caminos— había creado años atrás una cura milagrosa -diz que de la felicidad. Al morir el hechicero, olvidado en soledad, fue Azores –el cetrero— quien encontró aquel tesoro de la alquimia, huyendo luego con él. Desde entonces interpretó al alquimista de la farsa. Se hizo llamar “Ghudakesh” “Señor del Sueño y de la Gracia”. Iba por los caminos, vendiendo la milagrosa poción. Sus viajes por el mundo eran largos, duraderos. Como todos los sueños. Eternos y sobrehumanos. Maravillosamente dichosos. Aunque de nuevo tardara en volver como la vida. O como vuelven los años, delfines y leyendas. (XXVIII) De “Falcón Peregrini” Leyendas del mar. ©C.B.
El mago de la felicidad
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