“Partir es morir un poco” decían los aldeanos de Puerto Negro. Y en verdad los barcos y navíos, como las mismas gaviotas y alcatraces, morían un poco al partir. Se perdían a lo lejos. Como un recuerdo. O como el mismo presagio del tiempo perdido y de los días que vendrían. Como los soles que volvieron puntuales en cada deshielo del amor. Como los emigrantes de quienes ya no se supo nada. Y se esfumaron al oriente como pequeñas sombras, como un recuerdo de amor. Lo mismo escribía el Señor del Sueño en su bitácora. Porque siempre había un volver y luego el adiós de los días y de los años. Así fue cómo muchos murieron un poco al partir y otros al quedar. Como quedan los puertos: detenidos. Anclados en los riscos los faros colosales, como luminosos cíclopes, alumbrando la noche y sin lugar a donde ir. Puerto Negro fue como la misma vida: donde unos y otros llegaban o partían. Como parten los sueños, los buques, las leyendas. Los mismos azores del derrito fueron sólo una visión borrosa surcando el horizonte. En el eterno volver. En el mismo largo y circular regreso de los animales del mar y de los que buscaron un mejor porvenir. (y VIII)
“Partir es morir un poco”
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