Azores dorados del derrito. Esa ilusoria edad de la caricia y de las perfumadas margas del sendero. Primavera del regreso. Boreal floración de la vida. Cuando en la cumbre dorada también por el oro del tiempo y de las tormentas solares, es punto de paso de las aves migratorias que llegan en noviembre y se van en enero. Como se van los barcos, los sueños y las leyendas de amor. Como aquella de los halcones del deshielo. Cernícalos de bronce, hiriendo el aire con sus alas planeadoras. Los mismos azores que vuelven desde las nevascas polares, buscando un tibio suelo o el silencio de las cumbres. Allí por donde vuelven gansos, golondrinas, mochuelos, águilas y mariposas “monarca” trashumantes. Los emigrantes del derrito por igual. Buscando volver a viejos mares, que nunca serán como los de ayer. Ayer donde los seres fabulosos del mar volvían en marisma, deshielo o temporal. Con su misma mirada de los dioses de ultramar. Guiando a los que fueron detrás de otra vida, de otro solar, de otra estrella. Algunos no volvieron de sus largas travesías. Así en Puerto Negro de detuvieron los barcos de repente. Como en una pintura marina de la eternidad. Donde corren leyendas de puerto en puerto. Como la de los azores del derretimiento. (VII)
Azores dorados del deshielo
.