A veces la rueda del destino se detiene. En otras da marcha atrás. Y en el más afortunado de los casos avanza hacia adelante, al futuro y la promesa. Fue así como el circo que llegaba cada año y cada deshielo a Puerto Negro tenía una pista circular. Circular como el mismo tiempo; como el mismo hado de la felicidad. Porque los magos y los circos (arenas circulares) siempre nos dieron felicidad. Ayer cuando fuimos felices con los animales y seres fabulosos en las pistas de la ilusión. Del mismo sueño del ilusionista que en su acto se convertía en diversos animales, sobre todo en dragones de fuego y de papel celofán. Sobra decir que chinos, porque estos siempre fueron eternos y maravillosos. Así un mago convertido en azor y una joven adivina convertida en náyade, sirena, hespéride del ensueño y del asombro, terminaron surcando los cielos del circo y luego volaron sobre el mismo puerto negro. Sobrevolando el malecón, planearon sobre las plazas, barrios y altozanos del negro poblado. Después la chica y el azor de cetrería desaparecieron como toda leyenda, como todos los seres de la maravillosa irrealidad. La misma irrealidad del circo de la vida. Donde a veces un ave de presa deviene en sueño, en dorada y peregrina ilusión. Allá en la pista circular. Como la rueda de la vida. Donde suelen re encontrarse los amantes perdidos. (VI)
La rueda del destino
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