Se dice que al final de su vida el encantador de la felicidad murió consumido por las llamas cuando el circo en que viajaba se incendió. Hay quienes en cambio afirman –como el enano del trapecio de la muerte que sobrevivió al siniestro—que lo que ocurrió en verdad fue lo siguiente: El mago –o como le llamó la historia circense: el Señor del Sueño—continuó convirtiéndose en dragones (chinos por supuesto por ser eternos e ilusorios). En una de sus presentaciones el dragón se perdió en medio de una nube verde que se expandió sobre la pista del circo. Se dice que de las verde-viridian penumbras surgió un halcón cetrero en vuelo. El famoso mago, por su parte, no pudo al parecer escapar del incendio. Sin embargo, afirman los nativos de Puerto Negro que la noche de la trágica función fue el mago quien escapó volando, convertido en un halcón o fue el halcón convertido en hombre, en leyenda, en ilusión. Pero una ilusión de amor. Que ya pocos –o nadie quizá—recuerdan. Porque la vida es un recuerdo. El recuerdo constante de un sueño. De un pájaro que escapa convertido en sueño o un sueño convertido en hombre, en leyenda. Como la de aquel curandero de la felicidad –azor de la nube verde—que escapó un día por la puerta maravillosa de la luz. (IV)
Azor de la nube verde
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