La prisa es un juego de albur: nos puede hacer llegar lejos o nunca llegar. Nos puede hacer ganar un poco de tiempo o perderlo todo en poco tiempo. Nos puede llevar a nuestro destino o que el destino nos lleve a nosotros. Sobre todo en las peligrosas carreteras de la vida y de las urbes presurosas. “Es mejor perder un segundo en la vida que la vida en un segundo”, se ha dicho. “Despacio, que voy de prisa”; “Quien va de prisa, no llega lejos” aconseja la sabiduría popular. A diario vemos OVNIS (objetos voladores no identificados). No en el espacio sideral sino en las autopistas y calles urbanas. Son potencialmente máquinas automotoras de la muerte y la desgracia. Esto si un perverso, psicópata, ebrio o prepotente va al volante, sin importarle la vida ni los daños que pueda causar al semejante o a sí mismo. Estos son criminales viales, asesinos en potencia, cometiendo a diario “homicidios culposos” como reza la ley. La misma que debe endurecer las penas a estos crímenes viales que enlutan a la población. En una ciudad occidental, existía desde decenios atrás una calle llamada “La Calle sin Ley” porque la mayoría de crímenes quedaban impunes. Las carreteras del país casi caen en ese título. Como ocurría con los hombres del desierto, que salían de su casa sin saber si volverían. ¡Despacio, pues, que vas de prisa!
Velocidad: “Perder un segundo en la vida, que la vida en un segundo”
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