El día en que murió el tirano, en medio del luto nacional —porque en su vida siempre hubo días de luto nacional, hasta ese último de su existir— la muerte les oyó reír a Rhada y a Moro de su trágica puntualidad. Porque -hasta para las estrellas- hay una mano puntual que las apaga precisa entre mil y una noches. Desde aquel entonces los novios de la inocencia siguieron jugando al amor. O quizá fue el amor quien les hizo jugar. En medio de aquel idilio -ilusionado y profundo- difícilmente se podrían separar u olvidarse. Aunque ambos tuvieran en claro que habría de llegar el tiempo de la mutua y final separación. Entonces cada tarde -mientras los demás de la casa dormían la siesta- escapaban al traspatio de aquel mundo dulcemente extraño a besarse y confundirse sobre la hierba dormida. Todo ante la indiscreta mirada crepuscular de Dios y las palomas. Después del sublime arrebato cerraban sus ojos y -luego de un suspiro- quedaban dormidos, inmóviles y yertos. Sin saber acaso si ambos habrían muerto o era que soñaran la vida despiertos. (X) de: “El Juego de la Vida y la Vida en un Juego”©C.Balaguer
Soñar la vida despiertos y el sueño de un despertar
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