Se le ve apostado en la plaza central, en medio del silencio de la errante y presurosa multitud. Es el noble mendigo de la paz que diariamente alimenta a las palomas. Pide limosna para -después de la jornada- ir a comprar semillas para las aves urbanas que sobrevuelan la ciudad. Símbolo de la Anunciación del Espíritu Santo, las aves maravillosas quedan bajo el fuego cruzado de infieles mercaderes de la paz y el porvenir. La añorada promesa de un mundo mejor y de reconciliación, aún no se escribe en los edictos y cicatrices de la patria. “Ven que los hombres volverán a ser hermanos”, dice el Himno a la Alegría. Pero la alegría, esperanza y fraternidad, han sido borradas por la noche de la historia y del poder. No importa cuándo, dónde ni quiénes lo hayan hecho. Entretanto, el anciano de la plaza sigue sembrando a diario las semillas de la esperanza. En el templo catedralicio ondean banderas y pancartas con el rostro pintado de los mártires. Un jinete de bronce -en su alto pedestal de mármol- empuña su espada, apuntando al cielo o quizá a alguna estrella. Las palomas de Castilla se posan sobre su grito de gloria y de metal. Luego, el piadoso mendigo se pierde de vista entre la multitud. Algún día habrán de germinar sus granos y el acariciado sueño de la paz. <“El Resucitador de Pájaros y Sombras” C. Balaguer-Amazon>
El mendigo de la paz que alimenta las palomas
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