Era el último viaje del ferrocarril aquel que habría de zarpar a primeras horas del celeste amanecer. La hermosa y extraña mujer que estaba en la boletería se lo advirtió al viajero de los versos de amor: “Los versos a la vida que habrás de escribir serán sobre este viaje que estás por abordar.” “¿Cómo es que tú conoces mi oficio de sueños y de estrofas? -le preguntó el poeta- si sólo la soledad los lee junto a mí”. “He leído prosemas que has dejado olvidados en vagones vacíos y mi mano encontró.” Entretanto, el portal de la estación aquella fue quedando en silencio, sin sombras ni siluetas furtivas del adiós. “¿Qué será ese rumor de voces y de lluvias que se oye allá a lo lejos?” -preguntó el versador. “Las voces del destino que se van, se desvanecen”-respondió la mujer. “¿Y tú dime quién eres, que has guardado mis versos que confesara a la vida?” “Yo soy la niña de ayer que encontraste perdida un día en la estación. La misma que quedó esperando tu voz, tu rostro y tu regreso. Después me hice mujer y dejé de esperar. Olvida aquel que queda, como aquel que se va.” “¡Entonces ven conmigo! -el viajero exclamó. Si la vida esperó ese tiempo perdido, ya no hay más nada que esperar”. Y fue en aquel instante que ella desapareció. Como se esfuma un tardío e irreal sueño de amor. Se fue el locomotor con nubarrones de plomo. Ya no hay más versos perdidos ni siluetas en la espera. “Viaje del último tren; tren del último viaje.” Eso es lo que decía una página en el viento. (XXXVIII) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Tren del último viaje
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