En la inmensa noche del sol y de la vida se escuchan trenes que viajan, cruzando sus entrañas de luz y de penumbras. Rostros tras sus ventanas nos miran al pasar en fuga desde lejos. Como espectros de cera, diciendo que se van o talvez que regresan como vidas viajeras. A solas, a escondidas -furtivos, fugitivos- prometen y se borran al sur del firmamento. No saben dónde empieza la noche ni la vida. Viajeros de algún tiempo mejor no llevan nada, más que un rayo de luz perdido en la mirada. Así escriben la vida en su diario de viajes. Aunque sólo el silencio y dios lean sus memorias. Son seres que se van, que existen y no existen. Sin nombre y juramentos habidos por cumplir. Sólo saben partir, perderse en un adiós o morir allá en las vías del ferrocarril. Algún reloj de sol de la vieja estación marcará su llegada al país de nunca más. El mismo que en los cuentos sólo existe en los niños, en bardos y tunantes que traga el devenir. Arenas en el viento que pasa hacen llorar sus ojos, su mirada de ámbar y cristal. Talvez el humo del cigarro de maple entre sus dedos se confunda entre la niebla. En la oscura bocanada del humo del tranvía se irán sus ilusiones con alas de carbón. Mientras tanto, la vasta inmensa noche del sol y de la vida se va… ¡No alumbra nada! (XXXIV) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Inmensa noche del sol y de la vida
.