Es la historia de un niño y de una locomotora. Han pasado los años y el niño ya no está. Tampoco el locomotor. Una vez -tiempos atrás- el chico fue guardavía, banderillero y maletero. Después creció y se fugó en el tren de su designio. “Si no vas con la vida, ella se irá sin ti -alguien le dijo. Mira cómo se esfuma en los días perdidos y se rompe en las hojas de fugaces calendarios. Se va tras del amanecer para que nunca muera el sol en el poniente.” Nuestro destino es un viaje que debemos tomar. A veces es la vida la que nos deja solos; otras somos nosotros quienes la dejamos sola. La misma que es camino del sueño y la realidad; del azar y la aventura. ¿Qué es lo que dejamos detrás de nuestros pasos o en las vías férreas? A veces lo olvidamos o no creemos saberlo. Como también ignoramos aquello que hallaremos en el largo caminar. Ansiar, perder, luego tener es nuestra suerte. Mas no se puede perder lo ya perdido ni poseer lo que aún no tenemos. “¿Quién eres?” -le preguntó el niño al maquinista del tren de la estación. “Soy el Destino -dijo aquel. Traigo lazos conmigo para unir vidas y amores. También unas tijeras para cortarlos.” “Pongo en las manos de dios y en tus manos mi aventura -dijo el banderillero. Y abordando el locomotor partió hacia lo desconocido. Así pasaron los años, borrándose en la memoria. Y allá quedaron las sombras del niño y del tranvía; del hombre y su destino. No sé si algún día volverán. No se sabe todavía. Eso ocurre en los mismos cuentos que nos cuenta la vida. (XXI) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
El niño, el destino, el locomotor
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