Buscando en los escombros del hostal su perdida ilusión, Joe Saturno encontró las hojas rotas de un calendario. Ya sin los diez días de una distante promesa. Entre las cenizas aparecieron además unas fotografías doradas por el tiempo y la ausencia. En una de ellas aparecía él junto a Gabriele. Más allá encontró una golondrina con sus alas quemadas y un picaflor de luz que se echó a volar al infinito. En su maleta sólo quedaba un cuaderno de escuela con las rosas de una edad lejana pintadas al crayón y un pañuelo que le regalara la misteriosa dama del hostal con las iniciales de su nombre. En los restos de un espejo J.S. vio su rostro desleído por los años. ¡Tan fugaz había pasado la vida en la eternidad de los cerezos! En busca del tiempo perdido caminó hasta la vieja estación de trenes, la cual había sobrevivido a los largos años. Allí le esperaba un sonriente fantasma de tersa piel como las rosas de sakura. “¡Has llegado a nuestra última cita, amiga mía!” -exclamó entre lágrimas el poeta del tiempo perdido. Pero al abrazarse a ella, como suave tiniebla se esfumó entre sus brazos. El único gendarme que había de la estación ferroviaria le dijo que en verdad había llegado al pueblo que buscaba, agregando: “Has cumplido tu misión. El reloj de la plaza marcará las horas de un nuevo porvenir.” Después Joe Saturno se marchó en un vagón errante que iba de paso como el destino. Han transcurrido los años. El relojero poeta no supo si todo aquello que vivió allá fue un dulce y triste sueño o sólo una primavera más que pasó, dejando en su alma un capullo dormido y una promesa al viento entre la perfumada ceniza de sus versos. (XVIII) (Fin de la 1ª parte de “Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer).
Buscando en los escombros su perdida ilusión
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