Esperando ansioso en la antigua estación de “El Porvenir” Joe Saturno veía a lo lejos el reloj de la plaza central, sin ver llegar aún a la dulce Gabriele a despedirlo aquel último día de las rosas de sakura. Las campanas del reloj anunciaron el alba de las seis. Los cerezos en flor habían empezado a desnudarse, mientras una brisa fría llegaba desde los montes lejanos. “Flor de sakura que al nacer en mí/ había caído del cerezo en flor”-exclamó con dulce dolor el inspirado relojero. Entonces se echó a andar por la avenida en busca de Gabriele, la encantada guía del hostal. Buscó el lugar donde la había conocido diez días atrás de la vida. Desolado, vio que no había hostal alguno en el lugar. Sólo cenizas y rosas de cerezo sobre el suelo y en las vías del tren, donde al parecer ella había muerto o sólo desaparecido de la leyenda. “¡La guerra de los años arrasó con todo! -le dijeron unos sobrevivientes. Ha destruido lo que quedaba de la aldea!” J.S. miró hacia el reloj de la plaza central. El mismo que había empezado a contar los últimos días de la paz. Su querida flor -blanca y con una anunciada herida en su corola- había desaparecido en el aire al igual que los picaflores colibrí y las golondrinas en rauda migración. Preguntó dónde había estado el hospedaje de las sakuras para ir allá sin encontrar respuesta. Luego empezó a nombrar a su desaparecida G., buscándola inútilmente en la alameda de los caídos capullos. Pero el tiempo y la vida habian callado. Sólo quedaba un perfumado silencio en el aire. (XVII) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Flor de mil años que al nacer en mí había caído del cerezo en flor
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