Por un tiempo habitó Joe Saturno el hostal del pueblo de “El Porvenir”. Oyendo a lo lejos pasar las errantes locomotoras del destino con su nostálgico cuerno de animal marino, perdiéndose de vista en el punto de fuga del horizonte. Los días del viejo calendario enclavado en la pared se habían detenido. “Si echas a andar el reloj de la torre, moriré como las rosas del cerezo al pasar la estación” le había advertido Gabriele, la niña guía del hospedaje, suplicándole no hacerlo. Por ello -como jugando a “señor” del tiempo- J.S. había interrumpido su marcha, deteniendo de esa manera el pasar de la vida y de la primavera. No obstante, siguió reparando el cronómetro de la plaza, retrasando a escondidas cada día su maquinaria. “Alguien ha dañado anteriormente su engranaje” -dijo para sí mismo, al descubrir unas piezas alteradas. Sospechando del anciano celador de la torre lo interrogó a solas, exigiendo la verdad. El viejo -con lágrimas en sus ojos- confesó su culpa. “¡Es que -en los últimos años de vida que me quedan- quiero vivir un tiempo más, viendo el florecer de los cerezos! -dijo. Su floración me recuerda a mi amada esposa, la cual -de joven- coronaba su cabellera de rosas de sakura. Debes saber que yo vivo gracias a mis dulces recuerdos e ilusiones. ¡Si pasa el florecer de las sakura ya no tendré sueños para vivir!” J.S. guardó su secreto, conmovido por las tristes leyes del destino. (XI) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
La triste primavera del celador de la torre
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