“¿Por qué es triste tu mirada y se humedecen tus ojos al ver los cerezos en flor?” -preguntó Joe Saturno aquel luminoso día de primavera a Gabriele, la niña guía del hostal. “Porque su floración tan sólo durará diez días” -respondió aquella. El relojero la miró fijamente, diciendo: “Si cierras tus ojos y contemplas tu primavera interior, verás que allí eterno es el florecer de las sakuras y durará lo mismo que tu amada ilusión.” Se detuvieron frente a la torre del reloj, que pronto habría de andar de nuevo. Los capullos empezarían a caer. Se escuchó el silbato del tren de plata, anunciando su partida. “Pronto he de decir adiós -dijo Joe. El reloj de la torre empezará a andar dentro de unos días, después de haber cumplido mi misión.” “¡No quiero que te vayas! -dijo Gabriele, suplicante. Tú puedes detener el tiempo y con él la primavera. Si te vas, ésta terminará.” “No puedo quedarme -dijo J.S. Como el mismo tiempo universal, también tengo que pasar e irme como las ferias, los días y los años.” Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas. Y conmovida confesó “¡Es que yo tengo la misma edad de los capullos del cerezo! Cuando pase primavera moriré…” El relojero vio hacia un calendario donde tan sólo aparecían los diez días de la inocencia. La feria se iría en unos días con su circo y sus carruseles. Las diez alboradas del capullo habrían de terminar. (VI) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Los diez cielos del capullo
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