Isaac el timonel era un hombre extraño, como todos nosotros. Y, por igual, dirigiendo el rumbo del navío, querría que aquel viaje en ultramar llegara a su final. Aunque nuestro inevitable destino era la distante tierra de nuestra Utopía. Le recordé que no existía un final absoluto, ni para nosotros (la tripulación) ni para nada -incluyendo la travesía. Que sólo existían finales de ciclo. “Cada día volvemos a nacer –le dije al oído—después que la muerte de un sueño nos cierra los ojos del alma la noche anterior. Despertamos al amanecer de nuevo a la vida; vivimos unas cuantas horas para luego quedar dormidos al atardecer. Es la divina parábola de la existencia. Lo mismo es empezar un viaje y llegar a su final.” Nosotros -al igual que las galaxias y todo lo creado- seremos regidos por la ley astrofísica de la “Entropía” que condena a todo desaparecer. Ésta se basa en la distribución equitativa de la energía en el Universo (“baja” y “alta” entropía). La destrucción del Cosmos -según dicha ley- consiste en la distribución equilibrada de la materia en el universo (alta entropía). Luego -cuando todo acaba- tan sólo es un final de “ciclo” entrópico en la Creación. Después –al manifestarse la “baja entropía”— vuelve a amanecer la vida. La fragata continuó su viaje -quizá sin porvenir. O -en el mejor de los casos- surgiendo entre el dorado amanecer del mañana. (V) De: “Viaje a Utopía”
Volver a nacer al dorado amanecer
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