“Nave fantasma de un solo tripulante –pregunté. ¿A dónde han de llevarle el tiempo y las mareas? La soledad no fue estar solo. Fue estar sin amor”. La fragata “Destino” continuó su largo viaje a la perseguida Utopía. Todo parecía ilusorio en la anchurosa lejanía. La nave –como sus mismos tripulantes—podría haber sido tan sólo parte de un mismo sueño. Todos ellos habían olvidado el pasado, sin saber cómo habían aparecido en aquella travesía. A lo mejor Isaac y los demás viajeros éramos sólo ilusión. “Solos venimos a este mundo y solos nos iremos de él. Somos hechos de la misma grandiosa ilusión que nos creó” –dijo el Almirante. Entonces un frío de eterna soledad invadió nuestras entrañas. Presa de pánico grité a los demás -para confirmar nuestra existencia- pero ninguno de ellos respondió. Siguieron igual que antes: con la mirada perdida en el imposible horizonte de sí mismos. Esperando quizá arribar a su propia y lejana entelequia. El errante navío continuó su viaje en libertad, arrastrado por la incierta promesa de lo desconocido, surgiendo desde el horizonte. La soledad –repito—no fue estar solo, sino estar sin amor. Posiblemente aquellos de la fragata fantasma no sólo habíamos olvidado el ayer de nuestras vidas, sino también el ayer del amor. Y quedamos callados, como si éste nos cerrara la boca. (IV) De: “Viaje a Utopía”
Como si el ayer del amor nos callara la boca
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