El viaje a la distante isla de Utopía -a donde pretendíamos arribar los últimos tripulantes del navío “Destino”- nos revelaría –en medio de la vasta soledad marina—mucho de la verdad de nuestras vidas. Siempre llega un momento que los vagamundos comprendemos ser parte de la misma vagabundez de la vida. Aunque deseemos volver al cálido hogar de la inocencia que dejamos atrás del añorado y ya borrado ayer. Así los navegantes del navío del azar buscábamos un lugar que parecía nunca aparecer en el horizonte. Uno de los viajeros de la fragata fantasma se empecinaba en decir que nunca llegaríamos a la desconocida y prometida tierra, agregando: “Ninguno de nosotros sabe cómo, cuándo ni por qué apareció aquí.” “Es porque todos olvidamos el ayer –opinó un segundo. Si olvidamos lo de un día atrás… ¿Cómo no habremos de olvidar lo de nuestras vidas pasadas o de lo que vendrá?” “Es como olvidar lo que anhelamos –refutó otro argonauta. Como vosotros, yo también dudé alguna vez en llegar a nuestra incierta Utopía. Pero siento en el aire el olor de pez y sal de sus orillas. Sé que llegaremos, aunque Dios, algún vendaval o las manos grandiosas del infinito, traten de impedirlo”. Los demás se preguntaron quién era Dios pues –en cuenta— además de olvidarse a sí mismos, habían olvidado al divino autor de la Creación. Alzaron sus ojos a la anchurosa ilusión del cosmos y callaron. Como si la divinidad les cerrara la boca. (III) De: “Viaje a Utopía”.
Grandiosas manos del infinito
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