Durante la interminable travesía hacia Utopía por mareas infinitas, la mayoría de los tripulantes del navío “Destino” no deseábamos que ésta terminara. En principio, nos intrigaba el hecho de haber aparecido de pronto en la fragata viajera sin recordar el pasado y sin saber ni cuándo ni por qué habíamos llegado hasta allí. Como lo es el mismo hecho de nacer. “Yo como vosotros no quiero que el viaje termine —dijo Isaac el contramaestre. Sobre todo —continuó— porque en esta travesía, se nutren nuestras vidas de la brisa marina y del vuelo sin astrolabio de las humanas gaviotas que quisimos ser. Los hombres de tierra adentro suelen perder su libertad. La misma que -queramos o no- termina donde empieza la del otro. Sigo creyendo que lograremos llegar a Utopía.” “Es una afirmación atrevida –dijo otro marino. Todos -lo creamos o no- llegaremos finalmente a la gran ilusión. Al fin de cuentas habremos de liberarnos, fugitivos de nuestro mismo humano destino. Buscando más allá de la vida, llegando a Utopía, a la vez huimos de ella, del olvidado pasado que nos antecede. El triunfo, la belleza, el oro y el amor han sido nuestros tan solo un instante. Igual el sueño del ayer y la ilusión del porvenir”. Todos callamos. Como si las manos del viento nos cerraran la boca. (II) De: “Viaje a Utopía”.
Como si las manos del viento nos cerraran la boca
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