En unos cuantos días llegaríamos a la remota e imaginaria isla de “Utopía” y, sin embargo, el viaje parecía no tener final. Pese a que nosotros -tripulantes del navío “Destino”- creíamos que debía tenerlo, por nuestra misma naturaleza de seres fugaces. Sujetos a esa condición- determinábamos igualmente a todo lo demás de la existencia. Ello a pesar que los lejanos astrofísicos -desde Giordano Bruno- habrían descubierto que –en las profundidades del tiempo profundo del océano sideral—vivíamos el mismo tiempo y lugar de todo lo creado por la “mente cósmica.” Ello entre los llamados “mundos paralelos” (similares y equidistantes) de la teoría cuántica universal, como parte de la totalidad del Absoluto que concebimos. Por ello preguntamos desde cuándo el Cosmos había iniciado y hasta cuándo duraría; desde dónde todo comenzaba y hasta dónde finalizaba. Después de aquello ¿Qué hubo y qué habría? ¿Qué ocurrió u ocurriría? ¿Qué fue y que habría sido? Aturdidos por esa fiebre de preguntas el viaje no parecía llegar hasta un final previsible. En el fondo los tripulantes del navío no deseábamos que el viaje concluyera. Sin embargo, algún amanecer habríamos de llegar a nuestra perseguida e imaginaria Utopía. “La travesía de nuestras vidas siempre tendrá un final -dijo el timonel de la fragata- Al igual que este viaje de felices espejismos”. (I) De: “Viaje a Utopía”.
Las alas del “destino” en busca de “Utopía”
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