Manso, dócil, sosegado, tranquilo. Virtud impuesta a la cristiandad. Deber innato de todo aquel que profese las creencias católicas. La obligación de colocar la otra mejilla. Ser el objetivo de insultos, ataques y obstáculos y no poder hacer nada, es ley ser manso. Pero esto no es así, esa no era la definición paleocristiana de la palabra manso. Manso no es aquel que no se defiende, tampoco el que pone la otra mejilla. Manso es el individuo que tiene una espada y sabe usarla, pero decide resolver sus problemas de manera pacífica.
Manso es conocer los límites de la civilización. Manso es piedad y honor. Manso es ser un arma cargada sin un dedo que apriete el gatillo. Hasta que el gatillo se aprieta. Una botella de champán. Esa es la verdadera definición de ser manso. La presión de la batalla, el calor del conflicto permite ver a los verdaderos mansos. Ese es el catalizador de toda la reacción. Esta es la definición que se perdió. La que se esparció, la que se regó por el mundo y se llegó a conocer fue la de la pasividad del manso. Que aquellos justos deban negarle la respuesta a sus agresores para mantener su estatus de manso.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué tintar con sumisión a los que no desean entrar en un conflicto que se puede evitar? Porque así se eliminan del paso. Porque de esta manera son las resbaladizas lampreas sociales las que tienen el control. Así se convierten en líderes de los que no entienden el significado de la palabra. Ese simple cambio de descripción es una de las herramientas de control. Y así se ha usado durante años, es de esta manera como se moldea una sociedad.
Los nuevos mansos, aquellos que deciden participar de la democracia de manera superficial, serena y pausada se les retira el foco por falta de ímpetu. Se les retira la atención por no parecerse a los estrambóticos actores que inundan las cámaras con su brío. Es por ello que la mansedumbre es una característica en vías de extinción. No tiene nada de interesante resolver un impedimento con cabeza fría y estrategia. A nadie le llama la atención la forma correcta.
A todos nos gusta ver un poco de caos, de desorden, de indisciplina; todo lo contrario a la benignidad de alguien que sabe cómo mantener la compostura.
Y es que debemos recordar lo que sucede cuando no existen verdaderos mansos. Cuando en un país solo se encuentran sumisos y sometedores. El año pasado fue ejemplo de ello.
Ejemplo de la anarquía que nace de la carencia de mansos. Las explosiones de BLM en EE.UU., las protestas, los saqueos, los incendios; la toma del Capitolio durante el 6 de enero de 2021, los muertos, los desastres, el desgobierno. Ambas situaciones son maquetas que muestran la importancia de los mansos reales en la sociedad. Del equilibrio que traen consigo los que conocen el poder del adjetivo.
Deben aparecer más mansos reales, los correctos. Ya basta del choque innecesario entre dos bandos que se odian. Es necesario disponer de la diplomacia de vez en cuando para poder avanzar dentro de las líneas del civismo, pero teniendo en mente que se debe reaccionar cuando la tiranía sobrevuele el lago de la libertad. La capacidad de tomar las armas no cancela el poder llegar a un convenio utilizando la palabra. Pero no funciona al revés, porque a veces la ira irracional y el odio ensordecen a aquellos que no entienden que un enfrentamiento no cambiará nada. [FIRMAS PRESS]
*Escritor panameño.