El marino trovador de esta historia recordó su lejano despertar de un naufragio. Cuando el gavión de oscuro maderamen en que iba se sumergió en las aguas bajo una fiera tormenta en altamar. Como el lejano pez ancestral que era, luchó por llegar a tierra firme, logrando salvarse de morir. Observó sus manos abiertas como aletones de tritón marino. Palpó en su pecho el palpitar del corazón, confirmando la vida. Pero -al ver en derredor del trágico destino- no la vio a ella. Su novia amada que robara el viejo mar. Sólo su sombra lloraba su ausencia junto a él. “Hemos muerto -dijo a su misma tiniebla. Aquel que fui se perdió en la lejanía. Sin ella estoy sin mí. En el umbral de más allá de la vida.” Entonces se quedó dormido por la fatiga. Después de algunas horas despertó llorando. “Siempre se llora al nacer” -le dijo un viento pasajero. Al despertar se vio sobre los riscos, golpeado y sin amor, como quedan algunos hombres de la mar. Que logran vencer al indómito piélago, pero que al final descubren “la triste gloria de alcanzar la victoria” al perder lo más amado. Desde entonces se quedó a vivir en los esteros de un viejo puerto de pescadores de perlas. Y atesoró muchas de ellas, que eran las mismas lágrimas de sus ojos. Esperaba ver volver un día de tantos a la mujer amada desde el oriente. “¡Es una locura!” -dijo su sombra. “Sí -le respondió el marino. Mi dulce locura me hace esperar lo que he perdido.” (X) (De: “El Mar de las Leyendas” C.B.)
Un día al despertar de un naufragio
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