“Estar en el teatro de la guerra” dicen los noticieros. Pues la guerra al fin es un teatro. Los Amos y financistas de Guerra escriben con sangre el guion y eligen a los actores, víctimas y victimarios y -por ende- su trágico destino. Se creen, pues, dueños de la vida y del cinematógrafo. Es el gran teatro de la economía de guerra. Su “reality” genocida se transmite a diario en las cadenas de televisión satelitales, generalmente al servicio de los productores escénicos. El cine, por su parte, llamado el “séptimo arte” es en realidad el teatro de la luz. Pero ¿Cuánto ilumina este cinema moderno de ascendencia greco-latina, la mente y espíritu de los espectadores? El romántico cine clásico se convierte, en esta era, en enaltecedor del odio racial, la sangre, el terror y la violencia. Según analistas, para estimular y enaltecer la industria bélica. Estaríamos entonces ante un teatro de la luz y también de la sombra, la vida y la muerte. El mismo “arte” moderno del dolor. Efecto histórico de una civilización caníbal, pues su economía militar devora la paz mundial y racial. Aún más cuando inspira a jóvenes asesinos que surgen en colegios, atacando a sus compañeros, protagonizando a algún nefasto “héroe” del cine, la t.v., o de “War Inc. Productions.” ¡Hágase la luz del gran coliseo! Pero la luz que permita ver el camino de la vida, en el drama humano y divino del celuloide de la realidad.
Teatro de la luz, la vida, la muerte y la guerra
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