Es el día anunciado en cartelera. La “premiere” de una obra desconocida. Ya estamos dentro del teatro en sombras. Se alza el telón de boca y empieza la función. Surge a escena, con una flauta al fondo una silueta de mujer. Es ella: la Fortuna, la sombra bella y mineral, buscándonos con deseo vehemente. Ha llegado hasta nosotros. Los casuales actores y espectadores de la audiencia; asistentes del circo tenebroso y seductor de la felicidad. Es ella la esperada fortuna. Y su virtud surge de las mismas tinieblas narcóticas del escenario. Donde –como en el teatro de sombras chino—vivimos la vida y quedamos al final, siempre al otro lado del velamen. Nadie nos ha visto el rostro. Somos los actores desconocidos de la felicidad: ficticios, innombrables, incógnitos, furtivos y clandestinos de la luz. Atrapados en el mundo del otro lado. Sin poder cruzar el velo del santuario, la seda de los malabares chinos del destino. Esas eran nuestras vidas tras el telón. Al otro lado de los lienzos sólo fuimos siluetas que se amaban, que se buscaban una a otra, fundiéndose en una misma hermosa y desconcertante sombra. Inmensa aparición fantasma del deseo. Lo demás nadie lo supo pues -en aquel preciso instante- cayó el telón ante la expectante audiencia.
Las vidas tras del telón
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