Las ataduras de tu propia mente te mantienen a raya. Eres otra persona en el interior, lo sabes. Actúas, frente a las pupilas de un testigo, como el personaje que no quieres ser. Te cohíbes, te arrinconas y pierdes la partida. Cambiar tantas veces, alterar tu propia mente en tantas ocasiones para complacer al carácter de los demás, termina por alterar tu verdadera esencia. Al final, como el barco de Teseo, pierdes todas tus piezas originales, las cambias para agradar las expectativas ajenas, dejándote a ti sin saber quién eres en verdad. Te conviertes en algo parecido a ti, en algo que se asemeja a ti, pero que no eres tú.
Porque enfrentarse al mundo entero requiere de valentía, pero el coraje no se requiere para demostrarle a los que no quieren que salgas del molde que sus cadenas ya se han roto. Lo difícil no es decir que no, lo complicado es ver en tu reflejo la verdadera naturaleza de tu ser. Es saber que llevabas todo este tiempo escondido bajo las toneladas de basura ajena, cargando con ese peso, mintiéndote, hiriéndote, matándote. Porque la agobiante tumba de un tesoro escondido es el peor castigo que pueden darte. Tener en tu interior la energía de diez mil soles, saber que tu destino espera la más pura manifestación de rebeldía, conocer los límites insospechados de una vida que todavía no ha sido vivida y dejarlo todo de lado, tirarlo todo a la basura por las palmas de una decena de aburridos vejestorios, por la sonrisa de dos centenares de densos difuntos intelectuales. Porque la alegría ajena es la tristeza propia, porque la gloria que se gana complaciendo las metas extranjeras no es más que el fracaso de los sueños pueriles. Porque la consciencia te conoce y se retuerce cuando sabe que tus movimientos no se deben a tu propio ímpetu, por eso te molesta, por eso no te deja dormir, es por eso que, cuando estás embrujado por el hechizo maligno de deleitar a ciegos tiranos, vomita verdades dentro de tu cabeza.
Y la razón por la que en la noche te remuerde la conciencia, cuando la penumbra asalta el cielo y las estrellas iluminan la tierra, es porque tu esencia genuina grita en tu interior. El brillante llanto de una persona encarcelada en tu corazón, como un rey expulsado de su reino, busca la forma de escapar de su presidio. Pero tu cuerpo se mueve por inercia, por el magnetismo casi mágico de la complacencia. Tu corazón late por el falso ídolo del deleite foráneo. Como un actor que sale al escenario, como un político que da un discurso, como una puta que se detiene en la esquina; dejas que el tiempo se escurra frente a ti mientras solo sigues cortándote las alas para que las lombrices no se sientan ofendidas. Te retienes, te frenas, esperas por el que dirán, para que no hablen mal de ti, para que no piensen que quieres salir de su control.
Te controlan, eso lo sabes, te manejan como a un juguete, de eso estás claro. Lo permites porque el miedo al ostracismo es mayor que el fracaso de una misión mal lograda, es más terrorífico el quedarte solo que la ineptitud de una vida mediocre. Dejas que pase, porque en algún momento se tiene que acabar, algún día te tocará a ti ser parte del selecto grupo de vejestorios moribundos, parte del jurado maldito que cercena la libertad de ser uno mismo, pero el tiempo no te espera, la vida sigue escapándose por las comisuras de tus labios, con cada respiración estás más cerca de dejar de ser tú mismo, cada segundo estás más cerca de haber perdido la oportunidad. [FIRMAS PRESS]
*Escritor panameño.