No es fácil caracterizar un tiempo político. Principalmente cuando la acción política no responde a un sistema ideológico cerrado o a ideas programáticas claras. Si no, por el contrario, la ausencia de un programa es una cuestión del todo intencional. Esto es así con el propósito de permitir una flexibilidad que permita cambiarlas con el tiempo sin verse en claras contradicciones. Al emprender la tarea de describir esta época, solo podrá realizarse de manera retrospectiva. Será desde esa perspectiva amplia que se podrán identificar los patrones ideológicos principales. La oposición a adoptar ideas definidas, lejos de verse con extrañeza, se aprovecha en este tiempo para presentarla como una manera nueva de hacer política que se opone a las ideologías decadentes y pasadas de moda. La que se concibe como la política democrática tradicional se ve con desdén para impulsar la del nuevo siglo.
Dentro de este sistema alterno, las ideas son útiles cuando demuestran valor práctico y legitiman objetivos políticos de corto plazo. En especial, las ideas que validan las intuiciones del hombre que la providencia designó para guiar al pueblo. Es lo inverso de la política tradicional, en la cual, la praxis responde a las concepciones ideológicas. Pero, en este caso, son las necesidades políticas las que determinan las construcciones teóricas. Así las cosas, la política es vista como un arte, en el cual, lo que predomina es la habilidad y astucia de quien detenta el poder. No es importante la teoría y, por tanto, el movimiento se convierte en antiteórico.
Las necesidades políticas que moldean la visión estratégica responden a conceptos variados sobre el poder, el enemigo interno y el imperio, la violencia, el liderazgo mesiánico, la idea antojadiza de “pueblo”. El manejo hábil de esas ideas abstractas permite fundamentar las prioridades a lo largo de los años. El desenfado de la definición estricta de las ideas conceptuales permite al líder enfocarse en lo pragmático. Ese concretismo lo enviste de un halo de mentalidad especial y fresca. Para el “pueblo” el antiintelectualismo no es de ninguna manera una preocupación: todo se justifica por la acción inmediata que resuelve, en verdad o en apariencia, los problemas del momento.
Desde esa priorización de la acción sobre las ideas, las causas del pasado, las construcciones teóricas del pasado e incluso el pasado mismo, la historia, no son tan importantes como la acción política del presente. Hay un desprendimiento del orden anterior para dar paso a una nueva era de renovación y concreción de las metas. Dado que la relación entre las prácticas de gobierno y las justificaciones teóricas es muy dinámica y cambiante, se incrementa la dificultad para definir el credo, el ideario. Las estrategias son siempre de corto plazo y no es posible definir los ideales permanentes, a menos que consistan en ideas abstractas sobre el designio divino, el “pueblo”, lo mítico y el antiimperialismo autoritario.
La apuesta es la de sustituir el debate razonado por las experiencias sensoriales. Elevar al “pueblo” a un campo político más alto que pueda experimentar de manera sensual. La teatralidad, la musicalización, la iluminación, los detalles cuidadosamente dispuestos juegan un papel central en la manera de presentarse ante el mundo. La práctica no está ligada a los hechos cotidianos y duros sino al conjunto de rituales y espectáculos alrededor de fechas consideradas especiales. Este enfoque presenta al régimen como algo que debe ser visto hacia arriba, un contacto con los demás desde la superioridad y la divinización.
La suma de estos y otros elementos se convierte en un punto de inflexión generacional, una revolución mítica y sagrada de la nación. Se inaugura una época nueva con el fuerte binomio del líder y su “pueblo”. Entendido por “pueblo” aquellos que acompañan el nuevo proyecto y rechazan tajantemente a quienes lo adversan. La matriz se compone de binarismos como “nosotros contra ellos”, “pueblo contra sus enemigos”, “entendidos contra obcecados”.
El lograr describir las características del tiempo político con la precisión que se ha hecho es un logro de Federico Finchelstein, quien, después de años de estudio, logró completar la caracterización esencial del movimiento de Benito Mussolini, pues es al fascismo al que corresponde la descripción mencionada y puede ser leía en su libro “Del fascismo al populismo en la historia”.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.