Finalizar la guerra civil por vía negociada, garantizando a la vez transformaciones importantes al sistema político y judicial, además de formas de reinserción a la vida civil para los excombatientes, fue un gran logro para el país, aunque hoy día se intenta borrar ese capítulo de la historia. Todo proceso social supone cambios y continuidades, y estos no siempre concordaron con las ideas optimistas que nos entusiasmaron en 1992. En este texto se pasa revista, de manera muy puntual, a las continuidades; en un segundo artículo se abordarán los cambios.
1.Reformas neoliberales: impulsadas desde el primer gobierno de ARENA (1989-94) y continuadas especialmente en el siguiente, fueron formuladas desde dos instancias: el llamado “consenso de Washington” y FUSADES. Implicaron medidas para fomentar y diversificar las exportaciones y atraer inversiones. Además, se desreguló el mercado en lo referente a precios y sistema financiero y se introdujo el dólar estadounidense como moneda de curso legal. También se redujo la participación del Estado en la actividad económica y las políticas sociales, mediante la venta de activos o la supresión de instituciones. En este campo destacan el saneamiento y posterior venta de la banca (que había sido nacionalizada a inicios de la década de 1980) y la reforma al sistema de pensiones.
La mayor parte de estas medidas perviven hasta hoy; no obstante que tuvimos cuatro gobiernos de ARENA, dos del FMLN y el actual que no sabemos a qué le apuesta. En todo caso, es evidente que se logró muy poco de lo que los apologetas neoliberales ofrecían: la economía tuvo y tiene crecimientos mediocres, el desempleo y subempleo no bajaron y las condiciones de vida y empleo de los trabajadores no mejoraron significativamente.
2.Bajo crecimiento económico: La economía nacional resintió los efectos de una prolongada guerra civil, amén de los desastres naturales, tales como terremotos y temporales. Solo tuvo crecimiento económico importante en los años posteriores a la firma de la paz, como producto de la inversión en reconstrucción de la infraestructura destruida o dañada durante el conflicto armado o a causa de los desastres naturales. En general, las tasas de crecimiento han sido menores que las logradas en el resto de la región centroamericana.
La reacción de los gobiernos ante tan magro desempeño económico ha oscilado entre pedir más tiempo para ver los resultados de sus políticas económicas, que fue lo hizo ARENA durante casi veinte años, en connivencia con la cúpula de la empresa privada, sin que pudieran explicar por qué si habíamos aplicado tan sistemáticamente el recetario neoliberal, las cosas no resultaban. El FMLN fue un acérrimo crítico del neoliberalismo, pero tampoco hizo mucho. Durante su primer gobierno alegó que no tenía el control de la política económica, que no tenía una correlación de fuerzas favorables. Terminaron “administrando” la herencia neoliberal, edulcorándola con tibias políticas sociales que perdieron fuerza en el gobierno de Sánchez Cerén. Poco puede decirse de las políticas económicas del gobierno de Bukele: la pandemia del covid y las pandillas fueron justificaciones perfectas para no tocar el tema. El Bitcoin es la única apuesta “novedosa” de la “política económica” del gobierno, e insiste en mantenerla a pesar de su fracaso.
3.Emigración y remesas como sostén de la economía: La actual ola emigratoria inició en la segunda mitad de la década de 1970, como una vía de escape a la creciente violencia política y se intensificó en la década siguiente cuando mucha gente tuvo que abandonar sus lugares de residencia convertidos en campos de batalla. Desde entonces, las causas de la emigración han cambiado: salir de la pobreza en la postguerra, reunificación familiar, y en los últimos años, la inseguridad. Consecuencia directa de la emigración son las remesas familiares que han crecido constantemente, hasta convertirse en pilar de nuestra economía, que no crece, pero tiene alta capacidad de consumo.
La emigración se ha mantenido independientemente de los cambios de gobierno. El Salvador es un país de paradojas; es casi imposible saber cuántos salvadoreños han emigrado y cuántos residen fuera del país. Pero sí hay registros muy exactos, continuos y actualizados de los dólares que ingresan como remesas. El fenómeno perdura para regocijo de los ministros de economía, no importa cuál partido gobierne.
4.Una sociedad cada vez más urbana y transnacional: hasta la década de 1950, El Salvador fue una sociedad eminentemente agraria. En las dos décadas siguientes el panorama cambió: las ciudades crecieron y la industria y el comercio tomaron fuerza. Pero la guerra civil trastocó drásticamente los patrones de poblamiento. Miles de familias huyeron de los pueblos y cantones para escapar del conflicto. Desprovistas de casi todo, con poca educación y formación laboral, se ubicaron en zonas marginales de las ciudades, especialmente la zona metropolitana y buscaron formas de sobrevivir, principalmente en la informalidad. Los más afortunados emigraron al exterior, principalmente a los Estados Unidos.
Muy poca gente retornó a sus lugares de origen al terminar la guerra. El resultado es una sociedad cada vez más urbana y transnacional, sin que desde el Estado se tomen acciones para enfrentar el problema que obviamente tiene efectos negativos muy evidentes. Entre estos destaca el problema del transporte urbano; ante la inacción estatal, los salvadoreños encontraron en el automóvil una solución aparente. Sin embargo, el parque vehicular ha crecido a tal punto que hoy es un problema mayor.
5.Políticas de seguridad de mano dura: Es bien sabido que el fenómeno de las pandillas está directamente asociado a la emigración. Los deportados trajeron al país un germen que encontró en la sociedad salvadoreña de postguerra el mejor ambiente para reproducirse y convertirse en metástasis social. En sus primeros años el problema pasó desapercibido para las autoridades y la academia. Cuando se tomó conciencia de su gravedad se recurrió a la represión cada vez más. En algunas ocasiones de habló de prevención y reinserción, pero resulta caro y no es electoralmente redituable. Hoy día, las pandillas han sido prácticamente desmanteladas, eso hay que reconocerlo.
Pero se sigue postergando un abordaje integral del problema. La apuesta a la mano dura es una continuidad difícil de romper. Bukele ha hecho del combate a las pandillas su mayor éxito y se mantiene con altos índices de popularidad. Si bien desde el gobierno de Francisco Flores hubo una tendencia a la militarización de la seguridad pública, este gobierno la ha llevado a su más alto nivel desde los años de la guerra civil.
Todos los gobiernos de la posguerra llegaron al poder ofreciendo cambio, pero en estos cinco temas más bien se impone la continuidad; la mejora en la seguridad no se debe a una política de seguridad diferente, sino al recurso al estado de excepción. En el resto, la acción gubernamental no ha marcado diferencias mayores.
Historiador, Universidad de El Salvador