La esquizofrenia es sin duda la enfermedad más devastadora que nos toca enfrentar a los psiquiatras. La enfermedad ha estado estrechamente ligada a nuestra especialidad por mucho tiempo; de hecho, hubo un período que a los psiquiatras nos llamaba alienistas pues éramos los encargados de tratar a estos pacientes con la mente alienada de alucinaciones e ideas extrañas.
A principios del siglo pasado el psiquiatra alemán Emil Kraepelin describió una serie de pacientes que tenían en común un deterioro notable en su pensamiento, sus habilidades sociales, su percepción y su cognición. Debido a la gravedad de los síntomas y al hecho de que la condición comenzaba temprano en la vida (adolescencia tardía o juventud temprana) le llamó demencia precoz.
Fue el psiquiatra suizo Eugen Bleuler quien le dio el nombre de esquizofrenia, que significa mente partida. Son conocidas las cuatro “A” de Bleuler: alogia, autismo, ambivalencia y afecto aplanado, síntomas clásicos de la condición. Más recientemente los síntomas de la esquizofrenia han sido clasificados en dos tipos. Los síntomas positivos incluyen alucinaciones e ideas delirantes; los síntomas negativos son el aislamiento social, el estado de ánimo aplanado y los desórdenes cognitivos.
A mediados del siglo pasados dos médicos franceses descubrieron los efectos de la clorpromazina, un medicamento que estaba siendo probado como anestésico. Observaron que dicho fármaco era muy eficaz para controlar las alucinaciones y las ideas delirantes de los pacientes, es decir los síntomas positivos.
La clorpromazina cambió la historia de la psiquiatría, al permitir que muchos pacientes con esquizofrenia, quienes estaban condenados a permanecer en manicomios durante toda su vida, pudieran regresar a sus hogares y tener una vida más o menos normal. Al investigar lo que la clorpromazina hacía en el cerebro se determinó que este fármaco bloqueaba los receptores de un neurotransmisor llamado dopamina. Esto, junto con el hecho de que algunos fármacos como las anfetaminas, provocaban síntomas psicóticos (como los delirios y las alucinaciones) en personas normales al elevar los niveles de dopamina cerebral dio paso a la teoría de la dopamina para la esquizofrenia.
Los fármacos que fueron desarrollados poco después como la tioridazina y el haloperidol, tenían en común el bloqueo de receptores de dopamina. Todos estos medicamentes fueron muy útiles pero tenían dos inconvenientes, el primero era que producían efectos secundarios muy notables, como sedación, parkinsonismo y aumento de peso. Otro problema es que no tenían efecto en los síntomas negativos.
En los años Noventa surgió un nuevo tipo de medicamentos que además de tener menos efectos secundarios tenían cierto efecto en los síntomas negativos. A pesar del gran avance que el advenimiento de estos fármacos implicó, aún quedaba incidir más eficazmente en los síntomas negativos y en mejorar los problemas cognitivos. En septiembre de 2024 fue dado a conocer un nuevo fármaco, etiquetado como KarXT, que tiene características particulares. Este fármaco no actúa sobre la dopamina sino sobre la acetilcolina, otro neurotransmisor muy importante del cerebro. La ventaja de este nuevo compuesto es que mejora las funciones cognitivas, algo que los otros fármacos no hacen de manera definida.
Recientemente se ha descubierto que algunos tipos de esquizofrenia son condicionadas por problemas en el sistema inmune, produciendo autoanticuerpos que lesionan el tejido cerebral. El uso de fármacos reguladores del sistema inmune como el rituximab está en plena investigación. Hay pues esperanza para los pacientes con esquizofrenia y para los parientes que la sufren junto a ellos.
Médico Psiquiatra.