En el mundo de los negocios existen tres categorías de actores que mueven la maquinaria del mercado liberal: empresarios, comerciantes y extractistas. Se parecen, pero no son lo mismo. Veamos una aproximación a las definiciones y algunas reflexiones complementarias:
- Empresario: es aquella persona que, impulsada por el deseo de ser independiente, de no trabajar para otros o de tener una visión para solucionar ciertos problemas, crea y desarrolla una idea que representa la posible solución a los deseos o necesidades del consumidor. Además, organiza, dirige y asume los riesgos medidos de la creación y operación de su propio negocio. En este proceso está latente la intención de vencer dificultades, tanto esperadas como inesperadas, que se cruzan en su camino. El empresario posee una personalidad con tres cualidades: estratega, profesional, con visión de futuro y responsabilidad.
- Comerciante: es una persona que ejerce de modo mecánico, habitual y en nombre propio una actividad económica dirigida a la venta, producción o intermediación de bienes o servicios para el mercado. Generalmente, se dedica a la compra y venta de productos, ya sea de forma directa o como intermediario en la negociación mercantil. A diferencia del empresario, no requiere una estrategia, profesionalización ni visión con responsabilidad; su fin último es la rentabilidad a corto plazo.
- Extractistas –o extractivistas–: son empresarios o comerciantes cuyo único interés es maximizar la rentabilidad y minimizar las pérdidas del negocio, por encima de las leyes. Utilizan la evasión y la elusión fiscal, irrespetan el medioambiente, participan en actos de corrupción con los gobiernos de turno y pagan los salarios más bajos posibles, bajo un principio deshumanizador, en donde sus trabajadores o personal son considerados un simple «recurso» sin importancia. La estrategia es perversa, lo profesional no importa y la visión de futuro es egocéntrica y centrada en el dinero o la acumulación.
Los empresarios son pocos, muy pocos; los comerciantes constituyen la mayoría y operan tanto en el sector informal como en el formal, disfrazados de empresarios; mientras que los extractistas son una élite sofisticada que configura el tejido y la identidad empresarial del país, ocultándose o disimulando que hacen o son empresa.
Los rasgos de la cultura empresarial de los extractistas han sido: 1) La ausencia de filantropía; 2) El uso de la responsabilidad social empresarial como estrategia de marketing y comunicaciones; 3) El pago de salarios miserables y la negativa a compartir –al menos simbólicamente– un porcentaje de las utilidades o beneficios; y 4) El beneficio de procedimientos fraudulentos, tales como contrabando, ayudas fiscales oscuras, eliminación o imposición de barreras comerciales con ayuda del gobierno, y apoyos gubernamentales en información para obtener contratos, acceder a créditos o fondos públicos, saltándose procesos, etcétera.
Cuando examinamos, por ejemplo, los rasgos culturales del tejido empresarial en países desarrollados, es notoria la «meritocracia y generosidad» que funciona en los sistemas de compensación económica, bajo el modelo: Si ganamos, todos ganamos; si perdemos, todos asumimos las consecuencias bajo una visión de equipo. De hecho, los accionistas delegan la gerencia operativa y luego piden cuentas, y hay consecuencias, sean estas positivas o negativas.
Pero en nuestro medio, «se maximizan las ganancias para los accionistas y se socializan las pérdidas con los empleados, y a veces hasta con los clientes»; la austeridad o los problemas se resuelven recortando gastos y ahorrando, en lugar de incrementar o mejorar los servicios.
Todo esto lo intuyo a partir de los datos y las asimetrías que observamos en las encuestas sobre los niveles de ingresos de los ciudadanos. La media de ingresos es de USD 407, y con este monto es imposible planificar un futuro mejor. En consecuencia, seguimos repitiendo ciclos indefinidos de pobreza y exclusión que nos llevan al lugar en donde estamos.
Con estos ingresos limitados no solo es difícil vivir, sino también educar a los hijos para un futuro mejor, tener salud o vivienda digna, y acceder a un crédito para emprender un proyecto empresarial o comercial complementario, entre muchas otras carencias.
El extractismo es una cultura «empresarial» cuyas raíces se remontan a dos fenómenos muy peculiares heredados: el colonialismo, en donde aparecen rasgos, incluso, de superioridad racial. El patrono es un «protector perverso» de la colectividad, pero a la vez un ser superior que recibe un trato particular de respeto y dignidad: Don Fulano... Asimismo, los modelos de empresas familiares o clanes familiares otorgan los beneficios únicamente en función del criterio de consanguinidad, similar a las herencias de la realeza.
Richard Auty, en 1993, vinculó a los extractistas con «la maldición de los recursos», también conocida como la paradoja de la abundancia. En efecto, muchos países pobres de África y Latinoamérica han sido saqueados, y luego los ciudadanos empobrecidos de estas naciones emigran hacia las urbes o nodos económicos de los principales mercados, justo lo que está ocurriendo en Europa y en Estados Unidos. Nada es casualidad...
Nada de lo anterior es socialismo, marxismo o comunismo; tampoco se trata de lucha de clases, reivindicación del proletariado, análisis de la plusvalía, ni de la abolición de la propiedad privada. No es tampoco una crítica simplista de los grupos oligárquicos que han dominado la economía del país. Simplemente, es un análisis del egoísmo y de los desequilibrios socioeconómicos que vivimos, manifestados en una cultura de desigualdad, exclusión y pobreza ocasionada por el modelo «extractista».
Al final, cada empresario o comerciante podrá examinarse en el espejo de esta reflexión y sacar sus conclusiones, preguntándose: ¿Qué tipo de empresario soy? y ¿Cómo valoro, cuido, trato y respeto a mis empleados...? Como diría Robert Bosch: “No pago buenos sueldos porque tenga mucho dinero; tengo mucho dinero porque pago buenos sueldos…”.
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Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu