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Una vida bien vivida

Quienes conocieron al embajador Altschul lo recuerdan por su generosidad de corazón y el respeto con que trataba a todas las personas, sin importar su riqueza o posición social. Le resultaba fácil reconocer el mérito de los demás porque no lo guiaba la ambición personal ni la ansiedad por figuración, poder o lujos.

Por Héctor Lindo Fuentes |

Parientes y amigos experimentamos tristeza cuando vemos extinguirse una vida bien vivida. Es natural. Me refiero al fallecimiento del embajador y arquitecto Francisco AltschulFuentes. 

Sin dejar de lado la tristeza quiero aprovechar la oportunidad para celebrar una trayectoria dedicada al servicio público, la cultura, la familia y amistades largas y entrañables. En estos tiempos, en todos los tiempos, es conveniente buscar ejemplos de vidas dignas. Hay que tomar nota cuando las encontramos. Quienes conocieron al embajador Altschul lo recuerdan por su generosidad de corazón y el respeto con que trataba a todas las personas, sin importar su riqueza o posición social. Le resultaba fácil reconocer el mérito de los demás porque no lo guiaba la ambición personal ni la ansiedad por figuración, poder o lujos.

Como salvadoreño residente en Estados Unidos fui beneficiario de una de sus iniciativas menos conocidas, la Casa de la Cultura El Salvador, institución que él concibió, fundó y dio impulso cuando fue embajador en Washington. En los últimos años la Casa me ha dado acogida intelectual proporcionándome una plataforma para compartir investigaciones históricas con la comunidad salvadoreño-estadounidense. Quizás es un ejemplo pequeño, que se me viene a la mente por mis intereses estrechos, lo menciono porque la decisión de crear una entidad que divulga la cultura salvadoreña en Estados Unidos para beneficiar a la comunidad expatriada fue característica de una vida dedicada al servicio público desde varias facetas. 

Su interés en la cultura no era pasajero. Era pianista más que pasable, de niño ganó un certamen. De forma característica, en sus últimas horas conscientes pidió escuchar obras de piano de Erik Satie. Su afición a la música clásica no le impedía disfrutar lo mejor del repertorio popular latinoamericano. En la década de los 70 era miembro muy activo de la Oficina Católica de Cine. Cuando estudiaba en la Universidad de El Salvador fue discípulo y amigo del pintor Carlos Cañas y, a través de los años, con su esposa Melinda acumularon una pequeña colección de obras de pintores salvadoreños. Era lógico entonces que incluyera la difusión de la cultura salvadoreña en la lista de sus responsabilidades como embajador.

La propagación de la cultura era parte de su amplia concepción del servicio público. Desde la escuela secundaria le inquietaban las grandes desigualdades del país y se preocupó por buscar soluciones. Su tesis de graduación exploraba la posibilidad de arquitectura sostenible y económica con materiales locales. Al graduarse trabajó en la Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima para construir hogares dignos para las mayorías. Por un tiempo trabajó en el proyecto del Cerrón Grande buscando soluciones para reubicar a las personas desplazadas por la represa.

Las noticias periodísticas enumerarán sus posiciones oficiales, hablarán de su desempeño como portavoz del FDR y las dos ocasiones en que representó a El Salvador con el rango de embajador en Washington, pero no podrán dar cabida a la combinación de humanidad y profesionalismo con que enfrentó todos los retos de su vida. El respeto y confianza de académicos, diplomáticos y congresistas que tanto facilitaron su actuación diplomática era el resultado de sus calidades humanas. 

Nunca abandonó del todo su vocación de arquitecto y urbanista. Su participación en los diseños de los edificios del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán y del Ministerio de Relaciones Exteriores enriqueció a San Salvador con dos de los mejores ejemplos de arquitectura cívica moderna que tiene el país. Cuando fue concejal de San Salvador (en la época de Héctor Silva) puso los conocimientos de urbanismo que adquirió durante un posgrado en Holanda al servicio de la comuna capitalina. 

Le tocó vivir en tiempos difíciles, en los que la polarización política estaba a la orden del día. Sin embargo, no le conocíenemigos. Por el contrario, deja muchas amistades que, aunque no siempre compartieran todas sus ideas, veían en él al amigo entrañable que aceptaba diferencias de perspectiva con apertura.Inclusive en medio del conflicto armado, cuando se casó con Melinda Delashmutt, su compañera por más de 30 años, a la boda asistieron amistades salvadoreñas de diferentes bandos políticos, diplomáticos de países que simpatizaban con el FDR y embajadores estadounidenses y de otros países del norte como Canadá. Esta amplia convocatoria es ejemplo de su apertura a escuchar diferentes puntos de vista y, sobre todo, compartir memorias e identificar puntos en común. Lo visité en el hospital en los últimos días y fui testigo de la entrada de llamadas de compañeros y compañeras de la escuela primaria. A pesar de las vicisitudes personales y políticas no se habían roto los lazos de amistad.

Quiero terminar repitiendo cualidades que admiré en Francisco Altschul que al parecer no están en boga: dignidad, respeto mutuo, generosidad, servicio público, empatía, humanidad. Propongo que renovemos su vigencia.

Aprovecho para transmitir mis condolencias a su esposa Melinda y sus hijos Eurydice, Enrique y Margarita.

Escritor e historiador

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El Salvador Embajador Opinión

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