Ninguna burla puede ser mayor que los fraudes electorales en contra del pueblo, aquella que se hace violando la ley y la voluntad popular.
Las pasadas elecciones fueron prácticamente un montaje al mejor estilo de los militares cuando las urnas ya estaban llenas, irrespetando la voluntad de los votantes, pero sí imponiendo ganadores con base en claros indicios de fraude.
Hemos sido testigos de un sistema electoral manipulable y sumiso. El fraude se comenzó a establecer en El Salvador con una serie de decisiones que fueron tomadas por el oficialismo desde antes de las elecciones.
Se calificó de “falla catastrófica” el sistema de registro y transmisión de resultados debido a varios inconvenientes en los centros de votación, como la falta de energía eléctrica y desperfectos en el sitio del TSE para introducir los datos.
Varias personas denunciaron que durante este proceso el partido oficial tomó control de las instalaciones de la juntas receptoras de votos, se sacó a un observador de la OEA del salón donde se contaban los votos, se intimidó y acosó a la prensa para que no registrara irregularidades, militarización, duplicación de votos para el partido oficialista, y para variar, papeletas sin ningún doblez, como si menospreciaran la inteligencia de los salvadoreños que recordamos perfectamente que después de marcar con crayón a la bandera del partido o candidato de preferencia doblamos hasta en 6 partes la papeleta para posteriormente poder ingresarla por la ranura de la urna.
Cuando el proceso electoral ha sido violentado en alguna de sus etapas, el resultado final es la prueba de un delito penado por la ley. Es una parte contaminada que no sólo contamina de manera general las elecciones, sino también la democracia, la sociedad y a todo el país. Nadie con sentido de la historia y con alta responsabilidad ciudadana debería validar lo que no es moralmente digno de presentar ante la nación como un indicador transparente, justo y decoroso de un proceso cívico y democrático.
No podemos ser cómplices por acción u omisión de acciones que atentan con nuestra libertad de decisión y pensamiento. Estamos ante candidatos electos que no presentaron ninguna propuesta para la población, que no visitan territorio, que no resuelven, que no ayudan y que estoy segura de que aparecerán de nuevo dentro de 3 años para pedir el voto de la gente buena. El cinismo de los políticos es grande y es que ganar de manera fraudulenta, por cherocracia y con mentiras es fácil.
Estamos ante funcionarios que solo esperan su jugoso sueldo cada mes más todos los privilegios que les ofrece el puesto, pero que jamás piensan en el pobre.
Se olvidan de que los salvadoreños soñamos con un país distinto y mejor, donde la educación sea la herramienta más importante y más fuerte para sacar al país de la pobreza y para romper con las barreras sociales que son tan evidentes. Que soñamos con un sistema de salud de calidad, pero la mayoría por no decir que todos los políticos al llegar al poder se olvidan de que existen necesidades.
Cuando uno recorre las comunidades nos damos cuenta de que la gente no pide grandes cosas, sus peticiones se centran en puras cosas básicas. La gente pide oportunidad para trabajar; solicita agua y luz; atención médica para sus niños; cierta seguridad básica que permita salir de sus casas sin que les roben sus pocas pertenencias en su hogar; piden que la escuela funcione y que las instituciones competentes defiendan al inocente y que sean más rigurosos con los delincuentes que no los encuentren en México sin carta de libertad. Quieren que sus comunidades avancen y no que pasen gobiernos y gobernantes y que sus comunidades permanezcan en el olvido, sin servicios básicos y sin progreso.
La política partidaria lamentablemente nos hala acostumbrado a ver llegar políticos mediocres al poder. Las pasadas elecciones no tienen credibilidad alguna para los salvadoreños incluso los simpatizantes del partido oficialista saben que todo fue un desastre orquestado.
El deterioro de la imagen de la política aleja el talento. Y sin talento se nutre la mediocridad que desprestigia la política. Entre tanto, muchos profesionales que podían ayudar a mejorar el país no dan un paso adelante porque no ven que las instituciones resulten atractivas.
La única salida es el pensamiento crítico acompañado de la acción.
Ingeniera.