Guatemala acaba de elegir presidente el domingo recién pasado. Bernardo Arévalo ganó en la segunda vuelta, y de acuerdo a los analistas ha demostrado una vez más que cuando la cultura democrática de los electores es más bien pobre, cualquier cosa puede pasar.
Su contrincante Sandra Torres, que corría por cuarta vez para la presidencia, le apostó en esta segunda consulta popular a la moderación y a lo que ahora se llaman valores conservadores. Centró su campaña en eslóganes como “no al aborto”, “es posible ayudar sin quitarle a nadie” y “sí a la familia tradicional”.
Sin embargo, ya sea por escasa credibilidad (alguna vez ella, había abogado por el aborto como derecho de las mujeres) o porque su rival en las urnas recogió lo que hoy día se llama “voto de castigo”, perdió por cuarta vez.
Arévalo no ha inventado el agua azucarada. Se presentó como proveniente de sectores alejados de la política tradicional, se mantuvo sobrio y medido en la campaña de la segunda vuelta y alejado de lo que se suele llamar “politiquería”.
Su partido era nuevo en el panorama político guatemalteco, y no solo el menos manchado de prácticas “corruptas”, sino que debido al proceso que tiene abierto en el que se le acusa de falsificación de firmas para constituirse en partido político, se supo presentar como víctima que recibía todas las trampas, trucos y zancadillas para impedir que corriera en las urnas. Lo que, a la vista de los resultados, le favoreció para hacerse con el cincuenta y ocho por ciento de los votos en la segunda vuelta.
No en balde anunció Arévalo, cuando se comunicaron los resultados: “Esta victoria es del pueblo, y juntos lucharemos contra la corrupción”.
Es decir que presentarse como outsider, sin pasado político y como blanco de todos los ataques del establishment enquistado, rindió el fruto esperado.
En Ecuador, que también estuvo de elecciones el fin de semana pasado, han quedado como candidatospara la segunda vuelta Luisa González, del partido que todos llaman “correísta”, es decir, herederos del ex presidente Correa, y Daniel Noboa, otro outsider proveniente del mundo de la empresa y no del de la política.
La sorpresa es que Jan Topic, de la alianza “Por un país sin miedo” y que le apostó todo a la carta de la seguridad y la erradicación de la delincuencia -sobre todo después de que a principios de agosto el candidato Fernando Villavicencio fuera asesinado, un crimen que estremeció a los ecuatorianos- no quedara como oponente de Luisa González.
Noboa es bisoño en política, mientras que González desempeñó varios cargos en el gobierno del expresidente Rafael Correa. Es más, mucho de lacampaña de González se apoyó en los logros de la presidencia de Correa; mientras que Noboa se presentó en los debates como alguien disciplinado, organizado y tranquilo, viendo más al futuro que al pasado.
Una vez más el que recogió los votos del “no” (no queremos corruptos, no queremos políticos trasnochados, no queremos continuidad con el pasado, no queremos a los que antes quisimos) se llevó el gato al agua. Estamos, entonces, viendo otra ocasión en la que, quien supo mantenerse alejado del caos de insultos que los otros candidatos se dirigieron mutuamente en el último debate antes de las elecciones de la primera vuelta, pudo cosechar para sus graneros.
Las urnas se vuelven a abrir el 15 de octubre. González tiene su voto fiel y Noboa arremete contando con el voto joven y el voto de los disconformes. Lo que piensan muchos es que aprovechó muy ventajosamente una dinámica política trasnochada, la que explota la disyuntiva correísmo versus anticorreísmo.
Antes los ecuatorianos votaban por “Correa” o por quien se le “opusiera”. Ahora parecen haber descubierto una tercera opción que se desmarca del pasado, en la que, según algunos, radica el éxito sorprendente de Noboa.
Ingeniero/@carlosmayorare