Quien no tiene formación académica universitaria o limitada cultura política -entiéndase poca lectura- suele confundir “oposición” con “academia”; se parece, pero no es lo mismo. Una cosa es la crítica académica, basada en la evidencia científica, y otra muy distinta es hacer oposición por asuntos relacionados al poder.
En términos llanos y básicos, la forma más elaborada y común de oposición, es la de los partidos políticos en los estados democráticos, la cual busca reformas dentro del cauce previamente acordado, cogobernar, confrontar las políticas o colocar funcionarios públicos en ciertos cargos.
El opositor, por definición de diccionario es el que “pertenece a la oposición política” y la oposición política es un entramado más complejo que está relacionado con asuntos ideológicos, partidarios y discrepantes. De hecho existe un tratado del politólogo Pedro de Vega titulado “Para una teoría Política de la oposición” (UNAM, 2004), el cual señala: “Parece claro que la teoría política de la oposición solo es formulable en conexión con las abigarradas formas en la que se desarrolla la fenomenología histórica del poder”.
En este sentido, en el mundo político hay diversas acepciones del concepto “oposición”; oposición ideológica alude al hecho de no estar de acuerdo con los sistemas de legitimidad en el que se apoyan lo poderes; mientras que oposición como discrepancia, se acepta el sistema, pero se rechazan los mecanismos y métodos de actuación. También existe la oposición extraparlamentaria y la oposición partidaria, como mecanismo burdo de negación y oportunismo.
Desde otra perspectiva, el Dr. José Gabriel Cristancho nos recuerda: “El término oposición política o simplemente la oposición para referirse a partidos políticos, organizaciones, asociaciones o movimientos que no pertenecen a la coalición de un gobierno (oficialismo) o al status quo, y que se mantienen en contra de él, ejerciendo una vigilancia, control, o modos de resistencia o protesta contra alguna parte o la totalidad de sus orientaciones, directrices o actividades”.
El mundo universitario, académico o científico tiene otra lógica, sobre todo en el campo de las ciencias sociales y políticas; la universidad siempre ha estado llama a ser “Conciencia Crítica de la Sociedad”. Puede haber vigilancia o control, pero desde otro punto de vista, con más razón y menos hígado ideológico.
Ignacio Ellacuría S.J, en “Universidad y Política” (1979), establece las bases teóricas de la politicidad de la universidad bajo el siguiente argumento: “el hecho y la necesidad de estar conformada en algún modo por lo que es la realidad socio-política en la que se da, y el hecho y la necesidad de conformar en alguna medida esa realidad socio-política”; en efecto, las universidades son parte de la configuración social, económica, cultural y política de una sociedad, no deben ser centros de dominación, ni cómplices activas o pasivas del poder, sino centros de saber, y este conocimiento se debe poner al servicio de la sociedad.
Pero cuidado, una cosa es “politicidad” y otra muy distinta “politización”; de este último concepto ya tenemos demasiada evidencia y experiencia; cuando hay politización la universidad se transforma en un refugio de activistas, disidentes políticos y opositores.
La universidad sí está llamada a tener una incidencia política pero desde la ciencia, desde los datos y desde la investigación, sin motivaciones ideológicas perversas, electorales, partidocráticas o de poder.
El reduccionismo entre oposición y academia es una solución simple de ignorancia para evadir las responsabilidades gubernamentales cuando los actores políticos se encuentran acorralados en sus yerros o mentiras; es más fácil reaccionar con una acusación elemental que iniciar un debate de altura.
Ninguna universidad seria busca cuotas de poder, cargos en los gobiernos, desgastarse por sistemas ideológicos, cogobernar, criticar por intereses económicos, ni nada que se le parezca; lo que sí es relevante, es lograr un nivel de incidencia en el diseño de políticas públicas basado en evidencia científica, en el beneficio de las mayorías o en modelos analíticos de costo-beneficio o tasa de retorno.
La universidad tiene intereses educativos, y es parte importante de la “sociedad educadora” (Cajiao); le interesa el bienestar, el sentido común, el Estado de Derecho, el imperio de Ley, los Derechos Humanos, la justicia y la verdad. Analizar los problemas o disensos y colaborar en la administración de los disensos.
Además, como centro de saber y pensamiento, la universidad tiene esa vocación ética para señalar la corrupción, la impunidad, el clientelismo y otras patologías democráticas; esto es justamente el ser “conciencia crítica de la sociedad”. ¿Por qué razón lo puede o debe hacer la universidad? Por sus nodos de conocimiento, por su quehacer científico y por la multiplicidad de puntos de vista que convergen en el espacio universitario.
Siempre ha sido una moda de muy mal gusto criticar o alabar a las universidades por sus encuestas; se trata de un uso político por conveniencia; si me beneficia la ensalzo, si me critica la acuso de opositora o pagada.
Así que no nos confundamos y leamos un poco más…; o al menos obliguen a sus asesores a estudiar más las estupideces que van a publicar en redes sociales. No es lo mismo Gimnasia que Magnesia. Y haber, repitan conmigo despacio, como hacíamos en la escuela: Las u-ni-ver-si-da-des no son o-po-si-to-ras sino cen-tros cien-ti-fi-cos al ser-vi-cio de la so-cie-dad. Si viven como ricos a costillas de la política hagan bien su trabajo, por lo menos lean…
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu