En el medio salvadoreño la subcultura de “bautizar” a la gente con apodos tiene tanto arraigo como comer pupusas los fines de semana, acudir a las playas en Semana Santa como si fuera obligación, viajar apiñados en el transporte colectivo, quemar pólvora para alegrarse en reuniones de fin de año y escuchar música a gran volumen. Ocurre en todos los estratos y por todos los rumbos y naturalmente los centros educativos no son la excepción.
A mediados del siglo pasado en el Instituto Nacional General Francisco Menéndez los sobrenombres de los maestros salían a relucir en las conversaciones de los jóvenes estudiantes aunque en la comunicación formal había respeto, deferencia y compostura. Se consideraba correcto y a la vez una obligación dirigirse a los profesores anteponiendo al nombre el Señora, Señor, Doña, Don, Maestro, Profesor, Licenciada, Licenciado, Doctor o Doctora según fuera el caso. Por esos días Don Tarquino Argueta, el “maestro de la voz de seda”, era el Subdirector y Don Gustavo Adolfo Ríos, más conocido por Don Gustavo, el Director del plantel.
Era cosa corriente que los motes hicieran alusión a alguna característica prominente como el aspecto físico, la forma de expresarse, parecido con personajes, actitudes peculiares, etc. No faltaban los que contenían una dosis de familiaridad y cariño pero también habría otros que denotaban irreverencia, desdén o mofa. A veces el uso del diminutivo del nombre predominaba por ejemplo el “Don Pablito” era la forma habitual para dirigirse al Sr. Pablo Hernández (Idioma Inglés); el “Don Trini” para comunicarse con el Sr. Trinidad Laínez (Castellano) y el “Don Tanchito” para preguntar o responder al Sr. Transito Ricardo Pérez (Historia y Geografía). Por cierto este último era muy apreciado y admirado por su erudición y relatos con destellos folclóricos.
Al Sr. José Solano (Música, Director del Orfeón e Inspector) le decían “Tapón” por su semejanza con un personaje de las tiras cómicas; al Sr. José María Fernández (Castellano y Geografía), “Churumbel” por su forma de expresarse y origen español; al Sr. Jaime Imbers Ferrer (Aritmética, Algebra y Geometría) “Chele Imbers” por el color de la piel que se tornaba rojiza cuando perdía los estribos; al Sr. Rigoberto Solano (Civismo y Geografía) “Lagartija” por el perfil de su rostro y forma de desplazarse y al Sr. Fernando Rodríguez Marino (Física 4° Curso) “Chorizo”. Había varias versiones: unos aseguraban que le decían “Chorizo” desde joven a causa del color de la piel, su baja estatura y abdomen prominente. Otros decían que comparaban su carácter irascible y enojadizo con consumir un chorizo muy picante, etc.
Al Sr. Jorge Vanegas (Química General) “Pelón Vanegas” en alusión a su calvicie y personalidad histriónica; al Sr. Alejandro Bellegarigue (Aritmética, Algebra, Geometría, Cosmografía y Trigonometría) “Cherito” por su forma habitual de referirse con ese término a cualquier persona; al Sr. Eduardo Vides (Idioma Francés) “Loco Vides” por su carácter volátil, reacciones impredecibles y responder con ironías y sarcasmos y al Sr. Humberto Perla (Civismo y Constitución) “Sapo Perla” o “Burro Perla”, aunque a ningún alumno le constaba, decían que cuando se enojaba “Se inflaba y echaba leche”.
En su mayoría el origen de los sobrenombres era explicable porque se referían a aspectos concretos como llamar “Choco” o “Cuatro ojos” al maestro con problemas de visión; no obstante, había otros cuyo origen era poco claro y hasta contradictorio. Algunos ejemplos de esto último eran el mote de “Diablo cantor” que dirigían al Sr. Salvador Vanegas (Inspector). En realidad no era ninguna de las dos cosas, por el contrario fue ejemplo de cordura y ecuanimidad, además no se dedicaba al canto. Caso similar era apodar “Sapo Perla” o “Burro Perla” al distinguido profesor Humberto Perla (Civismo y Constitución) que nada tenía de sapo, mucho menos de burro, era todo lo contrario, un educador de primera línea que sabía ganarse la confianza y el cariño de los alumnos que atendía. Al Sr. Gonzalo de Jesús Hernández (Aritmética, Álgebra, Geometría, Inspector y Subdirector) en el trato formal era conocido por “Don Chalo”; sin embargo, bajo de agua todo mundo se refería a él con el sobrenombre de “Chalupa” que a la postre no significaba mayor cosa y apuntaba más bien a una degeneración por el uso del vocablo “Chalo”. Dicho sea de paso se desempeñó como el Inspector más conspicuo, líder en mantener el orden y disciplina, celoso cumplidor de horarios y uso correcto del uniforme de los educandos. Al Sr. Joaquín Parada (Anatomía Humana) quién sabe por qué le decían “Coco Parada”, en la práctica cotidiana era su apariencia la de un caballero bien trajeado con aire envainado oloroso a perfume de Lavanda. Otros sobrenombres de origen poco claro eran “Tamborón”, “Sofoco”, “Zapaquilda”, “Trompis”, “Agripina”, etc.
Médico.